Job 1:22

Job podía escribir sobre las heridas. Sus palabras fueron más que oratoria condescendiente y proverbios informales. Él lo había experimentado todo. Él podía describir, en primera persona, el intenso sufrimiento interior a causa de su propio mar de dolor.

Entre conmigo al túnel del tiempo y viajemos juntos al pasado a Uz (no como en el mago de Oz, sino como en la tierra de Uz).  En este lugar llamado Uz había un ciudadano que tenía el respeto de todos porque era sin reproche, correcto, temeroso de Dios y sin vicios. Él tenía diez hijos, campos con ganado, tierras en abundancia, una casa llena de sirvientes y una cantidad significativa de dinero en efectivo. Nadie negaría que el hombre llamado Job era «la persona más rica de toda aquella región» (Job 1:3). Él se había ganado ese título por medio de años de trabajo esforzado y de tratos honestos con los demás. Su nombre mismo era un sinónimo de integridad y piedad.

Entonces, sin previo aviso, la adversidad retumbó sobre él como una avalancha de inmensas rocas cortantes. Perdió su ganado, sus cosechas, sus tierras, sus sirvientes y (¿puede creerlo?) sus diez hijos. Corto tiempo después, su salud se quebrantó, su última esperanza de ganarse la vida. Le ruego que pare de leer, que cierre sus ojos por sesenta segundos e identifíquese con este buen hombre —aplastado bajo el peso de la adversidad.

El libro que lleva su nombre deja constancia de un registro que él hizo en su diario de vida poco tiempo después de que las rocas dejaron de caer y el polvo se asentó. Con mano temblorosa, el hombre de Uz escribió:

«Desnudo salí del vientre de mi madre,
y desnudo estaré cuando me vaya.
El Señor me dio lo que tenía,
y el Señor me lo ha quitado.
¡Alabado sea el nombre del Señor!». (Job 1:21)

Después de esta increíble declaración, Dios le añadió:

A pesar de todo, Job no pecó porque no culpó a Dios. (1:22)

A estas alturas, estoy meneando la cabeza. ¿Cómo pudo alguien resistir con tanta calma tamaña serie de aflicciones cargadas de dolor? Piense en las secuelas: la bancarrota, el dolor, diez nuevas tumbas. . . la soledad de esos cuartos vacíos.

Aun así, leemos que Job adoró a Dios, no pecó, ni culpó a su Hacedor.

Bueno, ¿por qué no lo hizo? ¿Cómo pudo evitar la amargura o los pensamientos suicidas? A riesgo de simplificar demasiado esta situación, sugiero tres respuestas fundamentales: Job proclamaba la soberanía amorosa de Dios, contaba con la promesa de la resurrección y afirmaba su propia falta de comprensión. Mañana, vamos a dedicar más atención a cada uno de estos.

¿Se encuentra bajo una avalancha? Estas son para usted. Espérelos.

Tomado de Come Before Winter and Share My Hope, Copyright © 1985, 1988, 1994 por Charles R. Swindoll, Inc. Todos los derechos reservados mundialmente. Usado con permiso.