1 Juan 3:16-17
Ayer, le comenté de varios casos horribles en que personas sufrientes—incluso moribundas—clamaban por ayuda para solo ser ignoradas descaradamente por los que pasaban al lado, tanto cristianos como no cristianos.
¿Qué está pasando? ¿Por qué la pasividad? ¿Cómo explicar la patente falta de involucramiento? John Darley y Bibb Latane escribieron un artículo perspicaz en la revista Psychology Today algunos años atrás, titulado: «When Will People Help in a Crisis?» («¿Cuándo brindará ayuda la gente en una crisis?»). Ellos señalaron que un espectador no intervendrá en una emergencia a menos que él o ella (1) note que algo está pasando, (2) decida que esto es una emergencia y (3) asuma la responsabilidad de hacer algo.
Vale la pena pensar acerca de eso. Inicialmente, debemos estar lo suficiente alertas para darnos cuenta de que algo está sucediendo. El evento tiene que penetrar la niebla de nuestro mundo privado—usted sabe, nuestros pensamientos, actividades y preocupaciones egocéntricos. De alguna manera tenemos que lograr sentir las señales de angustia de otros. Pero incluso entonces es probable que no intervengamos a menos que decidamos conscientemente que una emergencia realmente está ocurriendo. Y eso significa que, en última instancia, estamos dispuestos a adivinar equivocadamente . . . o quedar avergonzados . . . o aun llegar a ser heridos nosotros mismos. Porque el involucramiento cree confiadamente que: «Esta es mi responsabilidad. Me importa de verdad. Aun cuando nadie más quiera ayudar, ¡yo debo hacerlo!». ¿Arriesgado? ¡Claro que sí! En ocasiones puede ser realmente vergonzoso.
Un dueño de restaurante me contó que en alguna ocasión tomó una clase de primeros auxilios porque no tenía conocimiento de qué hacer cuando una persona se atoraba con algún alimento. Él dijo que aprendió muchas técnicas útiles, pero una lección duradera que él nunca olvidaría fue esta: ¡olvídese de su orgullo! Cuando usted determine que va a ayudar a alguien que está en angustia, arremánguese, quítese los zapatos y láncese con todas sus fuerzas. Claro, en algunas raras ocasiones podrá sobre reaccionar o meter la mano en salsa de tomate en vez de sangre . . . pero samaritanos buenos y genuinos no son tan refinados y correctos. Las personas que se involucran son motivadas por compasión desinteresada, y una carga de preocupación que se rehúsa a permanecer doblada y planchada entre las páginas de un libro.
Con una honestidad mordaz Santiago preguntó:
«Supónganse que ven a un hermano o una hermana que no tiene qué comer ni con qué vestirse y uno de ustedes le dice: «Adiós, que tengas un buen día; abrígate mucho y aliméntate bien», pero no le da ni alimento ni ropa. ¿Para qué le sirve?». (Santiago 2:15-16)
Juan indagó aún más profundo cuando preguntó:
«Conocemos lo que es el amor verdadero, porque Jesús entregó su vida por nosotros. De manera que nosotros también tenemos que dar la vida por nuestros hermanos. Si alguien tiene suficiente dinero para vivir bien y ve a un hermano en necesidad, pero no le muestra compasión, ¿cómo puede estar el amor de Dios en esa persona?» (1 Juan 3:16-17)
Preguntas difíciles. Y demasiadas porfiadas como para encoger los hombros e irse de nuestras cabezas . . . demasiadas difíciles como para sonreír y dejarnos libres de ignorarlas.
Es una cosa hacer un estudio de palabras sobre el término ágape. O de diagramar la estructura de las frases en Lucas 10. O de pronunciar palabras de alto calibre acerca de la vida humilde y llena del Espíritu. Pero es otra cosa totalmente el ver y apoyar a una persona en angustia . . . o al menos llamar de prisa a la policía. Hacer menos que eso no es ser cristiano. Es un gran error. A veces, es un error mortal.
Tomado de Come Before Winter and Share My Hope, Copyright © 1985, 1988, 1994 por Charles R. Swindoll, Inc. Todos los derechos reservados mundialmente. Usado con permiso.