Gálatas 5:15-17

Si la verdad se supiera, hay un «espíritu detective» secreto dentro de la mayoría de nosotros. A la par con los detectives de los libros y la televisión, nosotros indagamos de manera sustitutiva por los motivos, analizamos la evidencia y reflexionamos las siguientes movidas de un asesino. Nuestra curiosidad nos obliga a investigar las cosas que tienen la más mínima matiz de irregular.

Se sabe que aun un niño tiende a investigar más a causa de su tendencia innata de querer saber. Frecuentemente, esto lleva al peligro, pero nadie negaría que esa naturaleza inquisitiva es prueba de una mente aguda (a menudo creativa). A medida que hay crecimiento, este deseo de cuestionar y desafiar incrementa . . . muchas veces causando la exasperación de adultos con flojera mental y de padres que fácilmente se sienten amenazados. Si bien estaría de acuerdo que esto puede pasarse de la raya, de todos modos, estoy convencido que la Curiosidad y el Desafío son gemelos saludables de la familia Discernimiento. Se los viste igual hasta que maduran y se vuelven más refinados y distintos.

Pero hay una diferencia entre las expresiones de discernimiento y la sospecha pelada. La diferencia puede ser disimulada, pero es real. Se halla en el ámbito de los motivos. La sospecha es el acto de creer que algo está mal sin tener alguna prueba o evidencia. Es desconfianza . . . duda . . . escepticismo . . . cautela extrema o negativa.

La curiosidad ve una pierna enyesada y pregunta: «¿Qué pasó?». La sospecha se pregunta si algo sucedió.

La curiosidad escucha a un orador y piensa: «¿Cómo se le ocurrió eso—cuál es su técnica?». La sospecha duda de la validez de la declaración o el motivo del orador . . . o ambas cosas.

La curiosidad observa una irregularidad y la enfrenta de manera simple: «¿Por qué?». La sospecha considera inmediatamente la idea: «¿Qué cosa mala sucede aquí? ¿Quién tiene la culpa—es el responsable?».

La curiosidad analiza con sabiduría neutral y no prejuiciada, mientras que la sospecha frunce el ceño y busca la mala intención y el subterfugio. La curiosidad escucha la lógica, el sentido común y la razón . . . la sospecha busca algo escondido, algo que es retenido.

La curiosidad y la sospecha ambas pueden ser terriblemente persistentes, pero una se queda con los hechos y la otra va más allá de los hechos . . . y, al hacerlo, avanza sin los hechos.

Fue con curiosidad notable que Moisés investigó la zarza que ardía en el desierto de Madián:

«Esto es increíble —se dijo a sí mismo—. ¿Por qué esa zarza no se consume? Tengo que ir a verla de cerca». (Éxodo 3:3)

Pero fue con un espíritu muy diferente que Saúl observaba a David en la corte del rey:

«Desde ese momento Saúl miró con recelo a David». (1 Samuel 18:9)

¡Qué contraste más notorio!

Moisés vio y no podía imaginarlo . . . Saúl imaginó y después no podía ver.

—LA SOSPECHA NOS QUEMA—

La investigación de Moisés resultó en el escuchar la voz de Dios . . . la imaginación de Saúl resultó en su condena de David.

—LA SOSPECHA NOS QUEMA—

Moisés cambió de rumbo porque una zarza ardía . . . Saúl cambió por dentro porque él estaba ardiendo.

—LA SOSPECHA NOS QUEMA—

La curiosidad y la sospecha pueden parecer similares, pero una lleva a la vida y la otra lleva a la muerte.

Tomado de Come Before Winter and Share My Hope, Copyright © 1985, 1988, 1994 por Charles R. Swindoll, Inc. Todos los derechos reservados mundialmente. Usado con permiso.