Proverbios 16:21, 23-24, 27
Descrita sabiamente como «la virtud rescatadora», la prudencia adorna una vida como la fragancia adorna una rosa. Un respiro de esos pétalos rojos borra el recuerdo de las espinas.
La prudencia es así. Es notable lo pacífico y agradable que nos puede hacer sentir. Su meta principal es evitar ofensas innecesarias. . . y eso en sí debería hacernos desearlo con intensidad. Su función básica es un sentido agudo de lo que hay que decir o hacer para poder mantener la verdad y las buenas relaciones. . . y eso en sí debería motivarnos a querer cultivarla. La prudencia es la habilidad en el plano horizontal. Siempre es apropiada, siempre atractiva, incurablemente deseable, pero poco común. . . ¡Oh, tan escasa!
¿Recuerda el maestro que tuvo a quien le faltaba la prudencia? El aprendizaje fue sacrificado de manera diaria en el altar del temor. En cada sesión, usted se preguntaba si ese sería el día en que se lo señalaría y avergonzaría a través de algún insulto público.
¿Recuerda el vendedor con el que se topó al cual le faltaba prudencia? Una vez que usted se dio cuenta (y, en lo normal, eso no toma más de sesenta segundos), usted solo quería hacer una cosa —alejarse.
¿Recuerda el jefe para el cual trabajaba a quien le faltaba la prudencia? Usted nunca supo si él lo entendía o si le consideraba una persona valiosa.
¿Y quién puede olvidar el doctor imprudente? Usted no era un ser humano, era el caso número 36 —un cuerpo con la presión sanguínea de 120/70. . . estatura de 1.73 metros. . . peso de 72 kilos. . . una historia de diarrea crónica. . . piedras en la vesícula —«¡y usted necesita cirugía de inmediato!». Todo esto dicho en una voz perfectamente monótona mientras miraba intensamente en una carpeta llena de rayos-x, diagramas y largas hojas de papel cubiertos de jeroglíficos avanzados. Brillante, capaz, experimentado, digno, respetado. . . pero falto de prudencia.
Es posible que usted escuchó de un esposo a quien le faltaba prudencia. Una mañana temprano la esposa partió en un viaje al extranjero. . . y ese mismo día el perro murió. Esa noche, cuando ella llamó a casa, preguntó cómo estaba todo —y él torpemente declaró: «Bueno, ¡se murió el perro!» Impactada emocionalmente, entre lágrimas ella le reclamó por su falta de prudencia, por haberlo dicho con tanta fuerza.
«¿Qué debí haber dicho?», preguntó él.
«Debiste haberme dado la noticia de manera más suave, quizás en etapas. Cuando te llamé desde Nueva York, podrías haberme dicho: “el perro está en el techo”. Y el día siguiente cuando llamé desde Londres: “Él está donde el veterinario. . . en el hospital”. Y finalmente, desde Roma, me podrías haber informado: “él falleció”».
El esposo hizo una pausa y pensó sobre esta recomendación. Entonces su esposa le preguntó: «A propósito, ¿cómo está mi madre?».
Él respondió: «¡Ella está en el techo!»
Ah, eso está mal. Pero no es lo peor. El ejemplo clásico de la imprudencia humana, me da pena declararlo, es el (supuesto) cristiano áspero quien cree que el llamado de él o ella es pelear por la verdad con poco o nada de consideración por lo que siente la otra persona. Por cierto, se supone que hace esto en el nombre del Señor. «Hacer otra cosa que esto», declara esta persona imprudente con expresión piadosa en su rostro, «sería transigencia y falsificación». Por lo que sigue adelante, arando por sobre los sentimientos de la gente como un tractor, dejando a todos los que se atraviesan tapados por la tierra y, peor de todo, profundamente ofendidos.
Puede que esta persona esté hablando la verdad, pero nadie quiere escucharlo —y nadie quiere acercarse más al Salvador.
Mañana hablaremos más sobre la virtud esencial de la prudencia.
Tomado de Come Before Winter and Share My Hope, Copyright © 1985, 1988, 1994 por Charles R. Swindoll, Inc. Todos los derechos reservados mundialmente. Usado con permiso.