Salmos 13

Al leer el Salmo 13 y reflexionar en la sección que describe a David de cara al suelo, abrumado con dolor y desesperanza, puedo ver dos aplicaciones prácticas:

  1. David se sentía agotado debido a la duración de la prueba. «Hasta cuándo» aparece cuatro veces en solo dos versículos. No olvidemos que Dios no solo diseña la profundidad de la prueba sino también su duración. El antiguo profeta Habacuc hizo la misma pregunta en el capítulo 1 del libro que lleva su nombre: «¿Hasta cuándo?»
  2. En los primeros dos versículos del Salmo 13 David se vuelve contra de todos excepto él mismo. Esto me enseña que cuando trato de enfrentarme a la prueba en la carne, me vuelvo en contra de Dios, mi enemigo o mi circunstancia en vez de preguntarle a Dios que es lo que está tratando de enseñarme en esta situación. Cuantas lecciones maravillosas Dios quisiera enseñarnos si nuestros corazones arrogantes estuvieran dispuestos a derretirse en el horno de la aflicción.

En medio de su angustia y su sufrimiento, David tomó una decisión vital. En vez de continuar en esa espiral de sufrimiento, David cambió su perspectiva. Esto nos lleva a la segunda sección de la canción.

David de rodillas:

¡Mira; respóndeme, oh Señor, Dios mío! Alumbra mis ojos para que no duerma de muerte. No sea que mi enemigo diga: «¡Lo vencí!». Mis enemigos se alegrarán si yo resbalo. (vv. 3-4)

Algo le ocurrió a David entre la segunda y la tercera estrofa de este himno. Quizás analizó sus propias quejas y se dio cuenta de que era simple autocompasión. Yo he hecho eso, ¿y usted? Tal vez hizo una pausa en su composición y volvió a leer lo que había escrito. Y al hacerlo se alarmó al ver la incredulidad que había comenzado a surgir ante sus ojos. En esta sección observamos una marcada diferencia. Ya no está de cara al suelo. Su abatimiento está desapareciendo. Lo encontramos ahora de rodillas, lo encontramos en un lugar de victoria. El misionero martirizado, Jim Elliot, escribió una vez: «Los santos que avanzan de rodillas nunca vuelven atrás».

Observe como los versículos 3 y 4 se conectan con los versículos 1 y 2.  David parece recordar sus quejas y las analiza mientras habla con el Señor acerca de ellas. Hay tres cambios aparentes.

Primero, en lugar de ver al Señor como un Dios que no se preocupa por él (v. 1), David le hace la petición que le «responda» (v. 3). Y observe que él le dice en el versículo 3: «Dios mío». David ya no piensa que existe alguna distancia entre él y Dios. Su perspectiva es diferente ahora.

Segundo, en vez del abatimiento y la angustia que tiene su corazón debido a su propio deseo de resolver las cosas por sí solo (v. 2), David le pide al Señor que le alumbre sus ojos. Una vez más, el hebreo nos da una comprensión más clara. La palabra que se traduce como «alumbrar» en el versículo 3 tiene una raíz causal y literalmente significa: «iluminar». En Números 6:24-26, leemos el mismo término en aquella bendición que hemos escuchado muchas veces:

El Señor te bendiga y te guarde. El Señor haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia. El Señor levante hacia ti su rostro, y ponga en ti paz. (El énfasis es mío).

El rostro de David había perdido su «brillo».  Su rostro y especialmente sus ojos se habían opacado. Él ansiaba que el brillo de Dios se reflejara nuevamente en sus ojos, en ese rostro que estaba mirando al suelo.

Una vez más tengo que decir que cuando las pruebas se intentan resolver en la carne, los ojos muestran la desilusión. No es algo que podamos esconder. Todo nuestro rostro se vuelve rígido e inflexible, perdemos esa «chispa» y esa «luz» que antes surgía de nuestros corazones. Cuando el gozo interno se va, también el brillo de nuestros ojos.

Tercero, David en vez de preocuparse de su enemigo (v. 2), le entrega mentalmente su enemigo al Señor y deja que se encargue de los resultados (vv. 3-4).

Este cambio tan notable de David ocurrió cuando decidió entregárselo todo a Dios en oración. Aunque suene como un cliché, nuestra oración ferviente sigue siendo el aceite más efectivo que reduce la fricción del afán diario del abatimiento.

Afirmando el alma: Si usted dejara de pedirle a Dios que cambiara sus circunstancias externas e hiciera más bien una oración rindiéndose a él y pidiéndole que él le cambie, ¿qué cree usted que ocurriría? ¿Qué es lo que lo detiene de orar de esa forma?

Cuando el gozo interno se va, también el brillo de nuestros ojos.

Charles R. Swindoll Tweet esto

Adaptado del libro, Viviendo los Salmos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2013). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2018 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.