1 Samuel 17:50

Goliat me hace recordar al lanzador del disco que era tuerto. No estableció marcas récord. . . ¡pero ciertamente mantuvo despiertos a los espectadores!

Día tras día, él desfilaba por las laderas del valle de Ela lanzando amenazas y regurgitando blasfemias hacia el otro lado del arroyo con una voz de bajo profundo como el sonido de veinte tubas desafinadas.

No solo era feo, era inmenso, superior a los dos metros con setenta y cinco centímetros estando descalzo. Su armadura incluía una cota de malla hecha de bronce que pesaba noventa kilos, una lanza de hierro sólido (la cabeza sola pesaba 11 kilos), y un gran casco de bronce. Añada a eso otro palo, cubiertas de bronce para las piernas y los pies, más esa cara que él tenía. . . y usted tiene todas las características de un linebacker defensivo ganador para un equipo de fútbol Americano o un jugador central de los cinco jugadores principales de un equipo de básquetbol de la NBA. ¡Pobre del soldado raso que fungía de portador del escudo de Goliat! Tenía las mismas probabilidades suicidas que tiene un volador novicio en ala delta llevado por el viento al triángulo de Bermudas. Verá usted, Goliat era el orgullo de Filistea; y si no lo creyera, solamente tendría que preguntarle a él o al ejército de Saúl (si los pudiera hallar).

Paralizados e hipnotizados, los del campamento israelita se hallaban pegados a sus carpas. El único sonido que emanaba de las tropas hebreas era el golpeteo de sus rodillas, unas con otras, o el castañeo de sus dientes—en unísono. Hasta ese momento, Goliat gozaba de éxito eminente con su estrategia de intimidación. Sus sonoras amenazas atravesaban el valle con regularidad escalofriante, produciendo el resultado deseado: temor. El registro sagrado nos informa que esos ruidos monótonos salidos de la boca del gigante sonaron cada mañana y cada anochecer por cuarenta largos días. La madrugada del día cuarenta y uno, sin embargo, fue el comienzo del fin para el gigante de Gat.

Unos dieciséis kilómetros de allí, un adolescente guapetón y musculoso—el hijo menudo de una familia de ocho hermanos—fue enviado por su padre en una encomienda. Esa encomienda inocente comprobó ser un evento marcador de época en la historia judía. Cuando David llegó al campo de batalla, recién llegado del desierto, de los senderos de ovejas y, lo más importante, de la maravillosa presencia de Dios, se detuvo y miró con incredulidad.

Para un hombre joven cuyo carácter inmaculado había sido alimentado en la soledad y generado a través de actos secretos de valentía, la escena por delante era asombrosa. El joven pastor simplemente no podía creer lo que sus ojos veían. Rehusando aceptar las racionalizaciones de sus hermanos o escuchar las amenazas del gigante, David entendió la estrategia del filisteo y la resistió con una fe pura y sólida. Él sabía que su Dios podía tratar con cualquier amenaza. ¿Está usted enfrentando hoy a un gigante? De David aprenderemos mañana dos verdades eternas sobre el combate con gigantes.

Tomado de Come Before Winter and Share My Hope, Copyright © 1985, 1988, 1994 por Charles R. Swindoll, Inc. Todos los derechos reservados mundialmente. Usado con permiso.