1 Reyes 18: 1-15
En el primer versículo de 1 Reyes 18 hay una frase elocuente: «Al tercer año, vino la Palabra del Señor a Elías». ¡Tres años! ¡Ese es un tiempo increíblemente largo sin lluvia! No podemos imaginarlo, ¿verdad? Pero Dios tenía algo entre manos. En ese momento, ni siquiera esos falsos profetas tenían mucha credibilidad. Todas sus oraciones y todos sus rituales repetitivos y sus técnicas de vudú habían demostrado no servir para nada. ¿Es de extrañarse, entonces, que Elías atrajera la atención del público cuando retó a los profetas de Baal y Asera a un enfrentamiento público con el Señor Dios? A estas alturas, ellos estaban dispuestos a probarlo todo. Elías no tuvo que rogar su cooperación.
¿Y es de extrañar que, cuando Dios les demostró ser quien era, todos «se postraron sobre sus rostros y dijeron: ¡El Señor es Dios! ¡El Señor es Dios!» (18: 39)? Cuando Elías les dijo a esas mismas personas que agarraran a los profetas y que no dejaran escapar a ninguno de ellos, no tuvo que rogarles; ¡el pueblo de Israel ya estaba harto de esos necios idólatras! El fuego del cielo pudo haberlos convencido, pero la interminable sequía ya había acabado con casi toda la confianza que ellos tenían en los líderes paganos que una vez había seguido. El retraso de Dios obró milagros cuando hubo necesidad de hacer la elección entre quién era digno de ser adorado. Las calamidades naturales normalmente acercan los corazones a Dios, en vez de alejarlos.
Pero mire de nuevo ese primer versículo de 1 Reyes 18, y encontrará otra promesa de Dios. ¡Elías estaba más que dispuesto a escucharla! «Yo enviaré lluvia sobre la faz de la tierra», dijo el Señor.
Por fin. Qué alivio debió haber traído esa promesa. Me resulta interesante que el profeta de Dios nunca se quejó ni una sola vez de la sequía, aunque el arroyo del cual obtenía su agua se había secado, y aunque la sequía debió haber sido terriblemente difícil para él al igual que para los demás que habitaban en Israel. Pero la diferencia entre Elías y los demás era sencilla: él sabía que un día Dios cumpliría su promesa y daría lluvia. Hasta que llegara ese momento, Elías tenía que esperar, sin dudar, porque él estaba completamente convencido de algo que la mayoría de nosotros, en un momento u otro dudamos: que Dios siempre cumple su promesa.
Adaptado del libro, Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2019 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.