Job 3: 1—26

En en los primeros años de la década de los 60, cuando un Cristiano sufría una depresión como la de Job y lo reconocía con sinceridad, nunca lo decía públicamente. Se tragaba su sufrimiento. El primer libro que leí sobre este tema, que trataba de los trastornos emocionales y de la enfermedad mental entre los cristianos, fue considerado herético por la mayoría de mis hermanos evangélicos.

La opinión reinante en este tiempo era sencilla: los cristianos no tenían colapsos emocionales. Además, ¡usted siempre se recuperaba rápidamente de una depresión! ¿Sabe usted qué palabra se utilizaba en la primera mitad de la década de los años 60 para referirse a los que luchaban con una depresión profunda? Nervioso. «Tiene un problema nervioso». O, simplemente: «Ella está nerviosa». Si usted, Dios no lo quisiera, tenía que ser hospitalizado por su trastorno «nervioso», no había una palabra cristiana que pudiera definir eso. Repito: Usted no se lo contaba a nadie. Debía darle mucha vergüenza el no confiar en el Señor en medio de su lucha ni descansar en su fidelidad para «sacarle» de su depresión.

Recuerdo al profesor de un seminario, que nos hablaba en cuanto a la ayuda que podíamos dar a las familias cuando había que oficiar un funeral. Si la persona se había suicidado y había sido creyente, nunca debíamos hablar de ese hecho. Francamente, eso no sonaba correcto entonces, ni tampoco suena correcto hoy. ¡El consejo basado en los sentimientos de culpa nunca suena correcto porque no es correcto! Y eso que yo no estaba bien enterado entonces de que Job capítulo 3 se había escrito. De haberlo sabido, le habría dicho el profesor: «Oiga, ¿y qué me dice de Job?»

Quiero escribir esto para los que están leyendo estas palabras, y que puedan estar en el foso, luchando por volver a la normalidad. Es posible que las cosas se les hayan vuelto tan sombrías que estén necesitando la ayuda de un psicólogo (o de un psiquiatra) cristiano competente para que le ayude a orientarse. Lo más inteligente que pueden hacer es encontrar uno y visitarlo. En realidad, vaya a donde tenga que ir. Pero asegúrese de que el consejero conozca realmente al Señor Jesucristo y que sea de verdad competente, capaz de darle la dirección que necesita, para que usted pueda batallar con su maraña de sufrimiento. Y añadiría algo más: «Que el Señor le bendiga por cada hora que pase tratando de salir del hoyo donde ha estado. Tenga esperanza. Nuestro fiel Dios le sacará adelante».

Adaptado del libro, Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2019 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.