Job 1: 21

Cuando Job está con el rostro en la tierra adorando a Dios, el único que maldice esa acción es Satanás. ¡Se lleno de odio! ¡Se molestó por la respuesta de Job! Imagine, el hombre sigue adorando a su Dios, a aquel que permitió que le sucedieran estas catástrofes. No habría un solo ser en los millones en esta tierra que actuará así, pero Job hizo exactamente eso. Los perversos demonios se quedaron totalmente boquiabiertos cuando vieron a un hombre que reacciona frente a sus adversidades con adoración, y que concluye todas sus desgracias dando culto a Dios. Job no culpa a Dios. No hay ninguna amargura en él. No maldice. No levanta su puño cerrado a los cielos gritando: «¿Cómo es posible que me haya hecho esto después de haber caminado contigo todos estos años?» No hubo nada de eso.

Más bien dice: «Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. ¡Sea bendito el nombre del Señor!» Esto lo dice todo. Todos llegamos a este mundo sin nada, y cuando nos marchemos a la tumba lo haremos sin nada. No tenemos nada cuando nacemos; y no tendremos nada cuando partamos. Por tanto, todo lo que tenemos entre estos dos momentos (venir al mundo y marcharnos de él) nos lo provee el dador de la vida.

Tenga bien claro esto. Que lo tengan bien claro todos los que viven en la abundancia. Que lo tengan bien en claro cuando entren a sus casas y vean todas esas cosas estupendas que tienen. Que lo tengan bien claro cuando se pongan detrás del volante de sus autos. Todo eso es prestado, absolutamente todo. Que lo tengan bien claro cuando sus negocios se les vengan abajo. Eso, también estaba prestado. Y cuando las acciones de las bolsas suban, toda esa ganancia es prestada.

Enfréntelo honestamente, usted y yo llegamos a este mundo en un diminuto cuerpo desnudo (¡no muy hermoso por cierto!) ¿Y que tendremos cuando partamos? Un cuerpo desnudo, más un montón de arrugas. ¡Usted no se llevará nada porque no trajo nada! Usted no es dueño de nada. ¡Qué gran revelación! ¿Está dispuesto a aceptarla? Usted ni siquiera es dueño de sus hijos. Esos hijos son de Dios, qué le han sido prestados para que los cuide, críe, alimente, ame, discipliné, aliente, apoye y luego dejarlos marchar.

Alabe a Dios porque «toda buena dádiva y todo don perfecto proviene de lo alto y desciende del padre de las luces» (Santiago 1: 17).

Adaptado del libro, Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2019 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.