Miqueas 6:8
Hay quienes saben que, en mis momentos más descabellados, he hecho algunas cosas locas. Me trae consuelo saber que la mayor parte de esas no son conocidas por la mayoría de ustedes. Si lo fueran, dudo sinceramente que cualquier respeto y dignidad que yo haya ganado a través de los años permanecería intacta.
Quizás eso explicaría por qué, al principio, tuve una lucha tan fuerte con la idea de entrar al ministerio. Lo que quiero decir es que esta es la profesión menos llamativa para un tipo cuyo trasfondo incluye bromas prácticas casi increíbles, trucos hechos a predicadores y profesores (especialmente los muy serios), diversión jocosa en la escuela y horas interminables tocando el saxo en una banda de música jazz con otros tipos que es muy probable que hoy se encuentren drogados en el barrio de la ciudad. . . o quizás fueron puestos en regla (en la prisión de San Quentin) y ahora viven bien comportados y ordenados. Lo único que pido es que ellos no me delaten. Mis recuerdos son suficientes como para dejarme débil, como la vez que conduje una motocicleta por el pasillo entre las bancas de mi clase de literatura inglesa en la secundaria.
Pero supongo que esa es la razón por la que hoy siento tanta molestia con los encorbatados pomposos quienes han logrado llegar a la cima y trabajan para impresionar a las personas. Usted los conoce. . . tipos super dignificados, con sus humos y aires, que juegan roles y dan a entender que conocen a personas importantes, y que ponen cara de sorprendidos cuando la más mínima señal de humanidad se asoma por un pequeño hueco en su mundo de formalidad. Gente de conversación liviana que tienen roce con personas importantes y que esperan recibir un trato especial.
Lo siento, es que me cuesta caminar por todo ese pantano, especialmente si un orgullo canibalístico está en exhibición. Y eso ocurre más veces sí que no, ¿cierto? En tales ambientes sociales, me encuentro revirtiendo a mis años de joven y queriendo hacer muecas de un lado a otro del cuarto, o de encender un petardo debajo de la mesa de centro, o de aplastar un pie cremoso en la cara de alguien o pasar una nota a los demás que dice: «¿A quién le importa?» con relación al bocón que se está jactando de haber ganado tanto dinero el año pasado, después de descontar los impuestos. Pero, esas cosas no van con el clero. Nosotros debemos calmar las olas, no generarlas, ¿cierto?
Bueno, hacer eso es difícil. Y lo es doblemente si su trasfondo es del lodo del sur de Texas en vez de la sangre azul de las universidades renombradas. Y si su padre y madre fueron gente común, casados durante la Gran depresión, dedicados al trabajo duro y la honestidad y contentos con poco, cuyo hogar estuvo lleno de música y cuyos corazones estuvieron llenos de amor.
La vida nunca llegó a ser tan intensa que no había tiempo para escuchar al otro o para disfrutar de una historia divertida. No puedo recordar un día que haya pasado sin que nuestra familia se haya reído de algo, a pesar de que nuestros tiempos fueron rotos por la guerra internacional y desacuerdos cíclicos entre las personas. No lo hicieron, pero mis padres podrían haber colgado este letrero en nuestra residencia: «¡Por estos pasillos caminan tres de los adolescentes más porfiados de toda la nación!». Tiempos difíciles provocan conversaciones directas. . . y recuerdo que en muchas ocasiones se me habló de la importancia de pararme solo, de establecer mi propia agenda, no tratar de ser algo que no era y, sobre todo, caminar humildemente con mi Dios.
Estoy agradecido por esos recordatorios; me han convertido en la persona que hoy soy. Mañana hablaremos más sobre el orgullo y la humildad.
Tomado de Come Before Winter and Share My Hope, Copyright © 1985, 1988, 1994 por Charles R. Swindoll, Inc. Todos los derechos reservados mundialmente. Usado con permiso.