1 Tesalonicenses 4:1-5
Es un hecho penoso que ya no sorprende—la infidelidad ha invadido las filas de los que profesan ser cristianos. El cuerpo de la iglesia lleva más cicatrices que cualquier otro tiempo en su historia, y en lugar de esconderlos de la vista pública, ahora hablamos de ellos sin sentir mucha vergüenza. El tono usado es sofisticado. La cabeza se mantiene erguida. . . el corazón sigue sin doblegarse. . . y la terminología usada es moderada. Recuerde, es una «aventura». Ya no es adulterio. Todos permanecen tranquilos y calmados. Todos toman un respiro profundo, sonríen y adoptan una mirada de aceptación, tolerancia y, si es posible, afirmación. J. Allan Petersen, en su libro The Myth of the Greener Grass (El mito de la grama más verde), escribió:
«Un llamado a la fidelidad es como una voz que clama en el desierto de la sexualidad actual. Lo que antes se llamaba adulterio y llevaba el estigma de la culpabilidad y la vergüenza es ahora una aventura—una palabra que suena como algo lindo, casi invitador, envuelto en el misterio, la fascinación y lo emocionante. Una relación, no un pecado. Lo que antes ocurría tras bambalinas—un secreto bien guardado—ahora es un titular, un tema de la televisión, un éxito de ventas, algo tan normal como un resfriado común. Los matrimonios son “abiertos”; los divorcios son “creativos”».
El pozo séptico se ha desbordado. Ha contaminado el mostrador de revistas, los estantes de libros, los letreros de propaganda, el teatro en vivo, el cine, la televisión y la Internet. Para cualquier lado que se mira, invariablemente el cónyuge de alguna persona se está metiendo en, o saliendo de, una cama con alguien que no es su propio cónyuge.
Al final de cuentas, las esquirlas de bombardeos como esos se incrustan en nuestras mentes, dándonos un lavado de celebro que nos hace creer que el adulterio es, en realidad, saludable, rejuvenecedor y ciertamente comprensible. Engañar al cónyuge ya no es un acto vergonzoso; ha llegado a ser algo que se espera que ocurra, ahora que es considerado glamoroso.
Hoy es la fidelidad, no la infidelidad, la que debe ser defendida en nuestra sociedad saturada de lo sexual. Las personas que eligen mantenerse fieles son vistas como ubicadas entre la era Victoriana y lo pasado de moda. Son consideradas tan contemporáneas como lo serían una lámpara a parafina o una máquina de lavar con rodillos para estrujar la ropa. Tiempo atrás, leí sobre una esposa que fue a almorzar con once mujeres más, que juntas estaban tomando clases de francés mientras todos sus hijos se encontraban en la escuela. Una de ellas atrevidamente preguntó: «¿Cuántas de ustedes han sido fieles durante todo su matrimonio?». Una sola levantó su mano. Esa noche, una de las mujeres le relató el incidente a su esposo. Cuando reconoció que no fue ella la que levantó su mano, vio decaer el semblante de su esposo.
«Pero yo te he sido fiel», le aseguró rápidamente.
«Entonces, ¿por qué no levantaste la mano?»
«Porque sentí vergüenza».
Eso es como sentir vergüenza por tener buena salud durante una pandemia. . . o sentir vergüenza por sobrevivir un terremoto sin un solo rasguño. Pero es aparente que cuando se trata de tener una «aventura», la presión del grupo desvía la vergüenza de los culpables.
Nuestra sociedad quiere fingir que una aventura es un evento que no hace daño. Ese punto de vista no la comparten todos. Robert J. Levin, ex editor de artículos de la revista Redbook, y Alexander Lowen eligen darle un «No» a esa manera de pensar. En un artículo que escribieron juntos, ellos mencionaron tres maneras en que la infidelidad destruye el futuro de cualquier matrimonio. Mañana revisaremos estas.
Tomado de Come Before Winter and Share My Hope, Copyright © 1985, 1988, 1994 por Charles R. Swindoll, Inc. Todos los derechos reservados mundialmente. Usado con permiso.