1 Samuel 16: 14, 15

Creo que es muy importante el que notemos que el Espíritu del Señor abandonó a Saúl antes de que viniera sobre él un espíritu malo. Los creyentes leen las palabras «un espíritu Malo de parte del Señor» y temen que eso pudiera suceder hoy en día. He escuchado a evangelistas utilizar esto como una herramienta para impresionar a los creyentes. «Si ustedes siguen andando en la carne», dicen, «Dios les quitará su Espíritu y no tendrán la presencia del Señor en ustedes como la tuvieron antes». Entonces citan este versículo o el de jueces 16 donde Sansón está en los brazos de Dalila, que dice: «No sabía que el Señor ya se había apartado de él». O el del Salmo 51:11, que dice: “No quites de mí tu Santo Espíritu». Es una creencia terriblemente errada el creer que Dios pudiera quitar su Espíritu de nosotros para que nos perdamos, habiendo sido una vez salvos.

De modo que dejemos constancia ahora mismo de una buena dosis de teología. Antes de que el Espíritu Santo descendiera en el día de Pentecostés (Hechos 2) el Espíritu de Dios nunca descansó permanentemente en ningún creyente. No era raro que el Espíritu de Dios viniera por un poco de tiempo para un tiempo de fortalecimiento o iluminación, o para cualquier otra necesidad del momento, pero luego se marchaba, para regresar solo cuando surgiera otra necesidad del momento, y luego volvía a marcharse otra vez.

Sin embargo, en el día de Pentecostés, y desde allí en adelante hasta el día de hoy, cuando el Espíritu Santo entra en el pecador que acepta por fe la obra de Jesucristo, en el momento de la salvación, el Espíritu Santo nunca se aparta de él. El Espíritu viene y nos bautiza en el cuerpo de Cristo. Esto sucede en el momento en que aceptamos la obra redentora de Cristo. Seguimos siendo sellados por el Espíritu a partir de ese momento. Nunca somos exhortados a ser bautizados por el Espíritu. Ya estamos bautizados en el cuerpo de Cristo, puestos allí por el Espíritu, y sellados hasta el día de la redención (Efesios 4:30). Ese es el día en que morimos. Por tanto, Él está allí, y nunca se marcha. Además, nuestros cuerpos son el templo del Espíritu Santo en el cual mora el Espíritu de Dios. Él reside permanentemente dentro de nosotros, y nunca, nunca se marchará. Por tanto, esté tranquilo, mi hermano, que el Señor ha venido a quedarse.

Adaptado del libro, Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2019 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.