1 Reyes 19:9-21

Dios nos entrega Sus mejores dones de maneras inesperadas. . . con sorpresas dentro de las envolturas. A través de aparentes contradicciones. Algo como la terapia que Él usó cuando Elías se encontraba tan desanimado y terriblemente desilusionado.

¿Cómo fue que el Señor le ministró? ¿Con un terremoto? ¿En un remolino de viento? ¿A través del fuego quemante? Usted esperaría todas esas opciones siendo que Elías era un profeta apasionado, que encaraba las cosas con todas sus fuerzas. La historia de 1 Reyes demuestra más que claramente que Jehová no estaba en el terremoto o el viento o el fuego. Demasiado obvio. Demasiado predecible. Ese no es el estilo del Soberano.

Después de que se calmó el bullicio, se manifestó «un suave susurro» y, poco más tarde, de manera muy suave, le vino «una voz» (vs. 12-13) con palabras de seguridad y afirmación. No fue: «¡Deberías sentir vergüenza de ti mismo!» Ni: «¿Qué hace un hombre de tú envergadura metido en un lugar tan feo como este?» Nada de eso. No fue culpado, avergonzado, aleccionado, etiquetado, reprendido hirientemente. Contraria a la idea común de la confrontación (y de seguro algo sorprendente para el mismo Elías), el Señor animó a Su amigo a que avanzara desde ese lugar. Él le dio un plan a seguir, una promesa para recordar y un compañero para el viaje para que le ayude a resistir la duración de la noche.

Otra entrega misteriosa por la puerta trasera. . . otra víctima rescatada del pozo de la desesperación. No es de sorprender que Pablo estallara en alabanza de la sabiduría y el conocimiento de Dios al exclamar:

«[Cuán] imposible [es] para nosotros entender sus decisiones y sus caminos». (Romanos 11:33b)

Justo cuando creemos que tenemos toda la escena enfocada con precisión, una mano infinita agarra la cámara rápidamente, nos cambia el lente, apunta en otra dirección y nos hace tomar una fotografía completamente diferente. Con todo, para gran sorpresa nuestra, conseguimos la única cosa que hemos deseado toda nuestra vida, a través de un proceso que nunca hubiéramos escogido.

Es como la profunda confesión del poeta anónimo:

Le pedí fortaleza a Dios para tener éxito,
y él me hizo débil para que aprendiera a obedecer.
Le pedí salud para poder hacer grandes cosas,
y me dio enfermedad para que hiciera cosas mejores.
Le pedí riquezas para poder ser feliz,
y me dio pobreza para que pudiera ser sabio.
Le pedí poder cuando era joven, para recibir los elogios de los hombres,
y me dio debilidad para que sintiera que lo necesitaba a Él.
Le pedí todas las cosas para que me permitiera disfrutar la vida,
y me dio vida para que pudiera disfrutar todas las cosas.
Casi a pesar de mí mismo, respondió mi muda oración.
De entre todos los seres humanos,
soy el más ricamente bendecido.1

Tomado de Come Before Winter and Share My Hope, Copyright © 1985, 1988, 1994 por Charles R. Swindoll, Inc. Todos los derechos reservados mundialmente. Usado con permiso.