Oscar Wilde, dramaturgo y autor irlandés de años idos, escribió en El retrato de Dorian Gray: «Los jóvenes, en estos días, se imaginan que el dinero lo es todo. . . ¡y cuando envejecen lo saben!»1 Mi declaración favorita en cuanto al dinero la dijo una comediante hablando de las necesidades de una mujer: «Del nacimiento a los dieciocho años una mujer necesita buenos padres; de los dieciocho a los treinta y cinco necesita una buena figura; de los treinta y cinco a los cincuenta y cinco necesita una buena personalidad; y de los cincuenta y cinco en adelante, ¡necesita dinero!»2
Por importante que pueda ser el dinero, todos nos damos cuenta de que hay cosas que no puede comprar. Considere estos ejemplos:
El dinero puede comprar medicina, pero no salud.
El dinero puede comprar una casa, pero no un hogar.
El dinero puede comprar compañeros, pero no amigos.
El dinero puede comprar diversiones, pero no alegría
El dinero puede comprar alimentos, pero no apetito.
El dinero puede comprar una cama, pero no descanso.
El dinero puede comprar un crucifijo, pero no un Salvador.
El dinero puede comprar la vida buena, pero no la vida eterna.3
Cuando se trata de dinero y posesiones materiales, demasiados de nosotros, para ser completamente sinceros, dejamos que las cosas que poseemos nos posean. Somos esclavos que sirven a un implacable capataz, gastamos toda la vida ganando dinero a fin de comprar cosas que envejecen, o se dañan, o necesitan reparación. Y entonces tenemos que tener más dinero para reemplazar o reparar todas esas cosas. Pero permítame darle cinco palabras sencillas que le darán libertad, libertad financiera real. Estas palabras no son mías originalmente, y para serle sincero, no suenan muy profundas, pero nunca he encontrado en todos mis estudios otras cinco palabras que puedan liberarnos mejor de la esclavitud financiera. Son éstas: Dios es dueño de todo.
Mire con atención estos versículos.
- Éxodo 19:5: «toda la tierra me pertenece».
- Deuteronomio 10:14: «Mira, los cielos más altos, y la tierra y todo lo que hay en ella pertenecen al Señor tu Dios».
- Job 41:11: «Todo lo que hay debajo del cielo es mío».
- Salmos 24:1: «La tierra es del Señor y todo lo que hay en ella; el mundo y todos sus habitantes le pertenecen».
- 1 Corintios 6:19: «¿No se dan cuenta de que su cuerpo es el templo del Espíritu Santo, quien vive en ustedes y les fue dado por Dios? Ustedes no se pertenecen a sí mismos».
- 1 Corintios 7:23: «Dios pagó un alto precio por ustedes».
- 1 Timoteo 6:7: «no trajimos nada cuando vinimos a este mundo ni tampoco podremos llevarnos nada cuando lo dejemos».
Sin nuestro Dios, seríamos cadáveres en bancarrota. Todo lo que tenemos es de Él. Nacemos en este mundo con nuestras manos vacías, y nos vamos de este mundo no solo con manos vacías sino vistiendo ropa sin bolsillos. Cuando uno se detiene a pensarlo, nuestras almas tampoco tienen bolsillos. No nos llevamos nada. Dios es dueño de todo.
El teólogo Juan Wesley lo dijo de esta manera: «Cuando el Dueño del cielo y de la tierra te dio el ser, y te puso en este mundo, te puso aquí no como propietario, sino como mayordomo».4
Mayordomía es administrar los tesoros de Dios a la manera de Dios, para los propósitos de Dios y siempre para la gloria de Dios. Empezamos la vida con nuestras manos abiertas de par en par y nada en ellas. Conforme maduramos, por la gracia de Dios, Él permite que ciertas cosas sean puestas en nuestra posesión, pero ninguna de ellas de propiedad nuestra. Recuerde, Él es dueño de todo en el cielo y en la tierra. Todo es de Él.
Así que, para agradarle, hay que vivir nuestras vidas con manos abiertas. Aceptando lo que Él nos confía solo como mayordomos, nunca como dueños. Sin atrevernos a empuñar las cosas que Él nos confía. Sosteniendo todo flojamente. Manteniendo simplemente los tesoros que Él nos confía, invirtiéndolos sabiamente nunca olvidando que en cualquier momento Él puede quitarnos lo que Él quiera, pues ese es Su derecho soberano. Ese tiempo puede ser en la mitad de nuestras vidas cuando nos sentimos lo más prósperos. Puede ser temprano en nuestra vida, cuando pensamos que nos hemos ganado el derecho de ganar mucho y gastar mucho. Puede ser tarde en la vida cuando todos los ahorros se han gastado y tenemos poco que esperar excepto un nido vacío.
Volvemos a lo que dijimos al empezar: Dios es dueño de todo. Usted nunca estará en problemas financieros si recuerda esas cinco palabras. Ellas revolucionarán su manera de pensar en cuanto a finanzas. Quisiera que la frase «Dios es dueño de todo» apareciera en toda chequera, en todo bolsillo, en toda declaración de impuestos, en toda transacción de acciones, en toda tarjeta de crédito, en toda hipoteca, en todo título de vehículo, en todo contrato de bienes raíces y en toda transacción de negocios. Quisiera que todo lo que tuviéramos en nuestros hogares, tuviera estampado este recordatorio en gordas letras de molde.
Richard Foster en un excelente libro sobre la vida disciplinada escribió:
Cuando Jesús usó el término arameo mamón para referirse a la riqueza, estaba dándole un carácter personal y espiritual. Cuando declara: «Ustedes no pueden servir a Dios y a mamón» (Mateo 6:24), está personificando a mamón como un dios rival. . . . Mamón es el poder que trata de dominarnos.5
Me encanta la manera en que Foster lo expresa: el dinero es un «dios rival» que «trata de dominarnos»; igual que el sexo o la fama. Deténgase y piénselo por un momento. ¿En realidad vive usted su vida con las manos abiertas? O, ¿se halla luchando con la codicia, aferrándose a las cosas, al dinero, a las inversiones, a la influencia?
La poetisa Martha Snell Nicholson lo dice mejor de lo que yo pudiera decirlo:
Una por una me quitó,
Todas las cosas que yo valoraba más,
Hasta que quedé con las manos vacías;
Todo juguete reluciente se perdió.
Y recorrí los caminos de la tierra, afligida,
En mis harapos y pobreza.
Hasta que oí su voz invitándome:
«¡Alza a mí esas manos vacías!»
Así que alcé mis manos al cielo,
Y Él las llenó con un almacén
De Sus propias riquezas trascendentes
Hasta que no pudieron contener más.
Y al fin comprendí
Con mi mente necia y embotada,
¡Que Dios no PODÍA verter sus riquezas
En mis manos ya llenas!6
Confíe en Él. Déjelo. A usted se le ha dado una tarea principal: ser buen mayordomo de lo que Él le ha confiado; nada menos; nada más. Dios es dueño de todo.
- Oscar Wilde, The Picture of Dorian Gray (New York: Barnes & Noble Classics, 2003), 35.
- Sophie Tucker, según se cita en Charles R. Swindoll, The Tale of the Tardy Oxcart and 1,501 Other Stories (Nashville: Word, 1998), 442.
- Charles R. Swindoll, Strengthening Your Grip: Essentials in an Aimless World (Dallas: Word, 1982), 84–85.
- John Wesley, “The Use of Money,” en Sermons on Several Occasions (New York: G. Lane & C. B. Tippett, 1845), 446, from Google Books (acceso 19 octubre 2010).
- Richard J. Foster, Money, Sex & Power: The Challenge of the Disciplined Life (San Francisco: Harper & Row, 1985), 25–26.
- Martha Snell Nicholson, “Treasures” en Ivory Palaces (Moody Publishers, 1946), 67.
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