Somos una sociedad saturada por el éxito. Las señales indicadoras se ven por todas partes. Cada año docenas de libros y revistas, y otras tantas de productos en audio y video, así como cientos de seminarios y conferencias, ofrecen ideas, motivación, técnicas y promesas de prosperidad.

Curiosamente, sin embargo, muy pocos consideran lo que la mayoría de personas quieren (pero rara vez hallan) en su búsqueda del éxito: contentamiento, satisfacción, realización y alivio. Por el contrario, los caminos que se suponen que conducen al éxito no sólo son escabrosos; son enloquecedores.

Y, ¿qué es eso? Trabaje más horas, ábrase paso, no deje que nada estorbe su búsqueda: ni su matrimonio o familia, ni sus convicciones o conciencia, ni su salud o amigos. Sea agresivo, si es necesario sea malo, al subir a la cumbre. Tiene que ser listo, ingenioso, y astuto si el éxito es la cuestión de fondo en su agenda. Es el mismo renglón trillado de fortuna-fama-poder-placer que se nos ha embutido por décadas.

A riesgo de sonar ultra simplista, quisiera ofrecer un consejo que se levanta en dirección de 180 grados en contraste a todo lo que antecede. Mis sugerencias jamás aparecerán en el periódico de la Bolsa de Valores o como parte del programa de estudio de la facultad de administración de negocios de alguna universidad, pero representan la filosofía que respaldan las Sagradas Escrituras:

Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque:

Dios resiste a los soberbios,
Y da gracia a los humildes.
Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo;
echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros
(1 Pedro 5:5-7).

Estos versículos consideran tres ámbitos cruciales relativos al verdadero éxito: autoridad, actitud y ansiedad. Lo mejor de todo es esto: Seguir las direcciones de Dios producirán un beneficio que no se halla en las promesas vacías del mundo: una profunda satisfacción duradera. Es lo que pudiéramos llamar el lado olvidado del éxito.

Primero, sométase a los sabios. Escuche su consejo, rinda cuentas y ábrase a sus reprensiones, acepte sus sugerencias, respete sus años de experiencia, siga su modelo.

Segundo, humíllese bajo la poderosa mano de Dios. En el Antiguo Testamento la mano de Dios simbolizaba dos cosas: su disciplina y su liberación. Cuando nos humillamos bajo su mano, queriendo que nos conceda éxito en su tiempo y a su manera, de buen grado aceptamos su disciplina como siendo para nuestro bien y para su gloria, y con gratitud reconocemos su liberación por el medio que Él escoja. En otras palabras, nos negamos a manipular las circunstancias o a las personas, o a acicalar nuestra propia imagen mediante algún esquema promocional. Dejamos que Dios sea Dios.

Tercero, entréguese a la misericordia y cuidado de Dios. Las ansiedades vendrán, ¡téngalo por seguro! Las dificultades y desilusiones, temores y preocupaciones lo dejaran agotado y deprimido. Así que, ¡entrégueselas al Señor! Eche sus cargas, sus ansiedades, sobre Dios.

Este plan de juego bíblico es lo inverso de la propaganda actual de promoverse uno mismo. Pero cuando Dios tiene las riendas, tanto la ocasión como el alcance de cualquiera que sea el éxito que Él tenga en mente para uno serán asombrosos. Esto no quiere decir que no hay lugar para planear, o fijar metas, o actuar con diligencia; simplemente quiere decir que nos negamos a convertir el éxito en una capilla privada. Cuando Dios está en el asunto, nos asombramos por lo que sucede en lugar de en engreírnos al respecto.

En lugar de gastar todas esas horas empujando y promocionando, usted acabará con más tiempo para su familia y amigos. Y el Señor incluso le concederá más tiempo para usted mismo, más unas pocas horas adicionales para hacer lo que usted desea. Parece casi demasiado bueno para ser verdad, ¿verdad? No lo es.

Adaptado de Charles R. Swindoll, “Forgotten Side of Success” (“El Lado Olvidado del Éxito”) en The Finishing Touch: Becoming God’s Masterpiece (Dallas: Word, 1994), 60-61. Copyright © 1994, Charles R. Swindoll, Inc. Reservados todos los derechos.