La manera en que Dios elige dirigir Su ministerio muchas veces es difícil de comprender. En el mundo empresarial, las cosas suelen ser más claras: hay metas definidas, inversionistas a quienes rendir cuentas y mercados bien estudiados que guían las decisiones. Pero cuando se trata del ministerio, las cosas son diferentes. No siempre hay indicadores visibles. Servimos a un Rey que no podemos ver con nuestros ojos, y seguimos una voz que no escuchamos con los oídos, sino con el corazón. Muchas veces sentimos que Dios nos está pidiendo caminar por caminos que no entendemos del todo. Y en ese proceso de buscar Su dirección, atravesamos cambios profundos que solo podemos abrazar si dependemos del poder del Espíritu. Esos cambios, aunque incómodos, son necesarios para obedecer Su voluntad.
Como pastores, líderes, o creyentes comprometidos, claro que rendimos cuentas a nuestras iglesias, comunidades o familias. Pero en última instancia, cada uno de nosotros es responsables ante Dios. Si olvidamos que el llamado principal es agradar a Dios, corremos el riesgo de convertirnos en prisioneros de las expectativas humanas. Vivimos evitando conflictos y manteniendo la apariencia de paz, pero sacrificamos la verdad por temor al rechazo.
Aquí es donde las palabras de Pablo en Gálatas 1:10 cobran todo su peso: «Queda claro que no es mi intención ganarme el favor de la gente, sino el de Dios. Si mi objetivo fuera agradar a la gente, no sería un siervo de Cristo» (NTV).
Al parecer, los judaizantes —un grupo que promovía que los cristianos gentiles debían seguir la Ley de Moisés— acusaban a Pablo de suavizar el evangelio para ganarse el favor de los no judíos. Pero si leemos el tono firme y confrontativo de su carta, queda claro que Pablo no estaba intentando agradar a nadie más que a Dios. En los versículos anteriores, había usado un lenguaje muy fuerte, incluso declarando anatema (maldición) sobre quienes predicaran otro evangelio.
Nadie que quiera complacer a los hombres lanza anatemas contra los falsos maestros. Si Pablo hubiera buscado quedar bien con todos, se habría quedado como fariseo, promoviendo la Ley, en vez de convertirse en siervo de Cristo. El propósito de Pablo, como leemos 1 Tesalonicenses 2:4, era agradar a Dios en vez de los hombres.
He visto a líderes espirituales convertirse en peones de los caprichos ajenos, más enfocados en evitar el conflicto que en enseñar con valentía. Si les soy honesto, yo mismo, en momentos de debilidad, me he resbalado por ese camino. Miro hacia atrás con pesar, porque nada bueno brota de un ministerio enfocado en querer complacer a los demás.
En lugar de ser guerreros del Rey, es fácil convertirse en cobardes inseguros, hambrientos de la aprobación humana y temerosos de perderla. Pero, por Su gracia, no tenemos por qué vivir de esa manera.
Nuestra responsabilidad no es decirle a la gente lo que quiere escuchar, sino lo que necesita oír: la verdad de Dios. Una verdad que confronta, que transforma, y debe golpearnos con la misma fuerza con la que golpea a quienes nos escuchan. Si queremos ser fieles a Cristo, necesitamos soltar el deseo de ser populares.
Dios no nos llama a ser aceptables ante los demás, sino fieles ante Él. Y eso implica valentía. Implica estar dispuestos a enfrentar la incomodidad, a ser malinterpretados, incluso rechazados, si eso significa permanecer fieles a Su Palabra.
Así que, querido amigo o amiga, si estás cansado de vivir atrapado entre expectativas ajenas, si sientes que tu servicio se ha vuelto una actuación para no incomodar a otros, es momento de detenerte y centrarte en esta verdad: Cristo ya te aprobó con Su sangre. No necesitas buscar el aplauso del mundo cuando ya has recibido la gracia del cielo. No fuimos llamados a ser populares, sino fieles.
Cuando buscas agradar a Dios, Su aprobación es más que suficiente. Eso, y nada más, es lo que realmente necesitas.
PASOS DE ACCIÓN:
Aquí tienes cinco pasos prácticos que te ayudarán a salir de la trampa de la aprobación humana y centrar tu vida en buscar agradar solo a Dios:
- Evalúa tu motivación. Antes de actuar, pregúntate con honestidad: ¿Estoy haciendo esto por obediencia a Dios o para ganarme la aceptación de otros? La motivación correcta es el primer paso hacia la libertad espiritual.
- Recuerda tu llamado. No fuiste llamado a ser popular, sino a ser fiel. Fuiste llamado a servir a Cristo, no a cumplir con las expectativas de la gente.
- Abraza la verdad, aunque incomode. La verdad de Dios no siempre será popular, pero siempre es poderosa. Decir la verdad con amor puede incomodar, pero también puede transformar corazones; comenzando con el tuyo.
- Sé valiente en el conflicto. Agradar a Dios a menudo significará nadar contra la corriente. Ser fiel no siempre es fácil, pero vale la pena cada paso de obediencia.
- Descansa en la aprobación de Dios. No necesitas vivir por el aplauso de nadie más. Cristo ya te aprobó con Su sangre. En Él eres plenamente aceptado y amado.
Hazlo tu oración personal:
«Señor, renuncio al deseo de agradar a todas las personas. Enséñame a vivir para agradarte solo a Ti. Que mi servicio, mi voz y mis decisiones estén guiados por Tu verdad y no por el temor al rechazo. Te lo pido en el nombre de Jesús, amén».