¡Ahora esa sí que es una pregunta apropiada! Especialmente en un día cuando nuestras cuentas de cheques necesitan renacer cada mes para sobrevivir los aturdidores déficits y deudas gubernamentales. A diferencia de que los que reciben salarios increíbles por jugar algún deporte, hacer películas o cantar canciones, la mayoría nos vemos obligados a enfrentar el hecho de que la única manera de ver la luz del nuevo día es trabajando de vela en vela. Aún entonces nos sentimos nada más que como miembros del club de la deuda. Así que cuando alguien menciona que hay una manera de fortalecer nuestro control del dinero, escuchamos.
No me malentienda. No me interesa promover la codicia. En nuestro trabajo todos los días tenemos suficiente de esa pelea salvaje mercenaria. Encima de eso, todas las noches se atiza de nuevo la llama del materialismo, gracias a estruendosas cuñas comerciales que se abren paso retumbando en nuestras cabezas. Pero aunque tal vez nos fastidie ese repicar, nadie puede negar que el dinero juega un papel enorme en todas nuestras vidas . . . aun cuando mantengamos nuestra perspectiva y nos alejamos de la avaricia. Como se ha dicho a menudo, el dinero no puede dar la felicidad, pero ciertamente pone a nuestros acreedores en una mejor disposición.
Concuerdo con el finado campeón de box, Joe Louis: “No me gusta el dinero, en realidad, pero me calma los nervios.”
Para sorpresa de muchos, la Biblia dice mucho en cuanto al dinero. Habla en cuanto a ganarlo, y gastarlo, ahorrarlo y darlo, invertirlo e incluso acerca de desperdiciar nuestro dinero. Pero nada de esto jamás sugiere que el dinero es la seguridad máxima. Me encanta el proverbio que pinta esto tan vívidamente:
No te afanes acumulando riquezas;
no te obsesiones con ellas.
¿Acaso has podido verlas? ¡No existen!
Es como si les salieran alas,
pues se van volando como las águilas. (Proverbios 23:4–5, NVI).
¿Puede imaginarse la escena? ¡ZAS! . . y todo ha desaparecido para siempre.
Esto no es decir que el dinero sea malo, o que los que lo tienen sean perversos. Quitemos de nuestra mente de una vez por todas el antiguo dicho: “Dios ama a los pobres y a detesta los ricos.” En ninguna parte Dios condena a los ricos por ser ricos. Con certeza, detesta la ganancia fraudulenta, motivos incorrectos para enriquecerse, y la falta de generosidad compasiva entre los ricos. Pero algunas de las personas más consagradas en la Biblia fueron extremadamente prósperas, incluso por los estándares de hoy: Job, Abraham, José, David, Salomón, Josías, Bernabé, Filemón y Lidia, para mencionar unos pocos.
Por lo que he observado, tanto los ricos como los pobres deben librar batallas similares: envidia y codicia. La Biblia clara y frecuentemente condena ambas actitudes. Esto trae a colación una sección particular de la Biblia que habla de varias actitudes que frecuentemente acompañan al dinero.
En 1 Timoteo, carta escrita a un joven que era pastor en Éfeso, el escritor (Pablo) habla del tema del dinero y lleva sus pensamientos a una conclusión. Al animar a Timoteo a persistir a pesar de las probabilidades en su contra, Pablo expone algunas de las características de los farsantes religiosos en el capítulo 6, versículos 4 y 5:
está envanecido, nada sabe, y delira acerca de cuestiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envidias, pleitos, blasfemias, malas sospechas, disputas necias de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia (1 Timoteo 6:4–5 LBLA).
Aquí Pablo, de mente ágil, suena la señal de alarma y usa esto como plataforma para dar una de las explicaciones más útiles en toda la Biblia en cuanto al dinero. Lea con todo cuidado las palabras que siguen:
Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores . . . .
A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna (1 Timoteo 6:6–10, 17–19).
La primera serie de pensamientos es un recordatorio a los que no tienen mucho dinero. La segunda sección es una advertencia a todos los que tienen hambre de riquezas. La tercera parte que es instrucción a los ricos.
Podría resumir estas tres secciones así:
A los que luchan para que el dinero dure hasta el fin del mes: Guárdense de envidiar a los ricos y esfuércense por estar contentos con la vida tal como es.
A los que admitirían que la búsqueda de más dinero es un impulso apasionado: Oigan la advertencia de nuevo: si no se enfrentan a ustedes mismos, es sólo cuestión de tiempo para que se hallen atrapados y miserables. En el proceso, perderán precisamente lo que piensan que el dinero comprará: paz, felicidad, amor y satisfacción.
¿Y para los ricos? Pongan a un lado el envanecimiento, dejen de buscar la máxima seguridad en el dinero, y cultiven la generosidad . . . echen mano de la “vida verdadera.”
Palabras directas, pero eso es lo que se necesita para fortalecer nuestro control del dinero. Ahora, ¿empuña usted su dinero, o su dinero lo tiene empuñado a usted?