“¿Cuál es el precio?” “¿Cuánto vale?” Estas dos preguntas son parecidas, pero son muy diferentes; muy diferentes.

“Precio” es la cantidad de dinero que se necesita para hacer una compra; la factura, el recibo, el gasto monetario que se requiere para realizar una transacción financiera. “Valor” es la utilidad del objeto . . . el beneficio, valía e importancia de lo que se ha comprado. Es el beneficio de larga duración que derivamos del artículo. La justificación para pagar un cierto precio por lo general se determina en base a la valía personal que acompaña la compra.

Hay otra distinción que hay que recalcar. El “precio” es frío, objetivo e incluso doloroso. No es necesariamente fácil de aceptar. Allí es donde el “valor” desempeña un papel vital. En nuestras mentes comparamos los datos no emotivos, duros, del precio junto con la apelación subjetiva, magnética del valor. El valor, cuando cumple su función, convence al comprador de que el precio es aceptable, o, le dice: “No lo hagas. No vale esa cantidad de dinero.”

La diferencia entre el manejo sabio o necio de nuestro dinero determina grandemente la interacción entre esas dos fuerzas. Obviamente, tenemos que gastar sabiamente cuando el valor eclipsa al precio. De nuevo, eso hay que determinarlo individualmente. Por eso, a la larga, por lo general podemos determinar la escala de valores de una persona por las cosas que compra; o, para usar las palabras de Jesús: “Pues donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mateo 6:21, RVC).

Piense en los domingos: su vida en la iglesia y la motivación que recibe. Piense en sus hijos y su futuro; y el futuro de los hijos de ellos. Piense en su barrio: cientos de personas no alcanzadas. Piense en las posibilidades de la radio o la televisión, tal vez una escuela evangélica, alcances misioneros, espacio para crecer, ¡espacio donde estacionarse! ¿Cuál es el valor?

Decidir si algo vale su precio requiere oración intensa, efectiva, persistente, así como también el arduo trabajo de pensar objetivamente; y luego requiere valor para actuar siguiendo la clara dirección de Dios.