Si reducimos la vida cristiana a lo más básico, el juego consiste en cambiar.

Los que se adaptan a los tiempos, los que se niegan a permanecer rígidos, los que resisten el molde y rechazan ir por el mismo camino que los demás. Esas son las almas que Dios usa de forma distinta. Para ellos, el cambio es un reto, una brisa de aire fresco que fluye por la rutina y echa afuera el aire rancio de la monotonía.  El cambio les estimula y revitaliza y a menudo sirve como aceite para el óxido de la costumbre. Esto se aplica especialmente en ciertas costumbres que nos hacen daño.  Ese tipo de cambio siempre es duro, pero no es imposible. Reflexionemos un poco.

Jeremías estaba resaltando la dificultad de entrar en un estilo de vida establecido cuando se le ocurrió lo siguiente:

«¿Acaso puede un etíope cambiar el color de su piel? ¿Puede un leopardo quitarse sus manchas? Tampoco ustedes pueden comenzar a hacer el bien porque siempre han hecho lo malo» (Jeremías 13:23).

Fíjese en las últimas palabras: «siempre han hecho lo malo». La palabra en hebreo dice literalmente: «han aprendido lo malo». ¡Menuda declaración! Los que han «aprendido lo malo» no son capaces de hacer lo bueno. Las malas costumbres que no cambiamos nos impiden hacer el bien. Lo malo es una costumbre que se aprende, se contrae y se cultiva con horas de práctica. En otro lugar, Jeremías habla de parte de Dios y declara esto mismo:

«Te lo advertí cuando eras próspero, pero respondiste: ‘¡No me fastidies!’. Has sido así desde tu niñez; ¡nunca me obedeces!» (Jeremías 22:21).

Todos hemos practicado el equivocarnos desde nuestra juventud. Es un estilo de vida que nos viene «por naturaleza» y que por lo tanto resiste el cambio firmemente. Pasamos por alto nuestra resistencia con excusas:

«Nadie es perfecto».

«Nunca voy a cambiar, yo soy así».

«Nací así, no hay nada que pueda hacer al respecto».

«No puedes enseñar algo nuevo a una persona mayor».

Jeremías nos dice por qué estas excusas salen de forma tan fácil. He «aprendido lo malo», he «sido así desde que era pequeño». En cierta forma, hemos aprendido a actuar y a reaccionar de forma pecaminosa y antibíblica con facilidad y, me atrevo a decir, con un poco de placer. Sin duda hay muchas ocasiones en que lo hacemos inconscientemente, y en esas ocasiones sale a la luz la profundidad de nuestra costumbre.

Es esencial que nos veamos como realmente somos en luz de la Palabra escrita de Dios. Luego, que nos abramos a cambiar en las áreas que tengamos que cambiar. El primer enemigo del cambio es nuestra naturaleza pecaminosa. Le advierto que, tras haber gratificado y mimado su naturaleza pecaminosa, esta no va a darse por vencida sin patalear. El cambio es su mayor amenaza, pero debemos dar paso al cambio para enfrentar y conquistar las intimidaciones de las costumbres internas y, repito la advertencia, nunca será una confrontación fácil, así que no espere que lo sea.

La carne muere lenta y amargamente. «Quitarse» la ropa vieja (el estilo de vida antiguo y de costumbre) no será suficiente a menos que se «ponga» la ropa nueva (el estilo de vida nuevo, fresco y cristiano). El nombre del sastre es Cambio y es un experto en ropa hecha a medida, pero el proceso será doloroso y costoso. ¿Merecerá la pena? Por supuesto.

El cambio real ocurre a paso lento. Hay muchos cristianos que se dan por vencidos y se desaniman. Hay ciertas técnicas como el patinaje sobre hielo o dominar un instrumento musical o aprender a nadar, que se descubren, se desarrollan y se implementan en la disciplina diaria. No puede romper con costumbres que ha establecido con el paso de los años en tan solo unos días. El cambio «inmediato» no ocurre con frecuencia pues es una mentira.

Dios no nos dio Su Palabra para satisfacer nuestra curiosidad, nos la dio para transformar nuestras vidas. Dígame, ¿puede nombrar un par de cambios específicos que Dios ha implementado en su vida durante los últimos seis meses? ¿Le ha permitido, por ejemplo, cambiar su actitud con respecto a alguien? ¿O le ha cambiado en su terquedad? ¿O una adicción que le lleva haciendo daño mucho tiempo? ¿O su mal hablar al conducir? ¿O su engaño? ¿O su pereza?

Quizás sea mejor preguntar: ¿qué cambios tiene en su lista? o ¿qué le está pidiendo al Señor que ajuste en su vida?

Puesto que el juego consiste en cambiar, esta vez juguemos con la intención de ganar, ¿de acuerdo?

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