Ayer un caballero me llamó por teléfono para decirme que no le gusta mi sentido del humor. “¿Qué tiene que ver la risa con ser cristiano?” me preguntó.

“¿Eres tú, papá?” le respondí, bromeando.

No le pareció divertido. Así que le pedí su dirección, y embutí una papa en el tubo de escape de su automóvil. En realidad no hice eso. Pero se me ocurrió la idea.

Mi hijo Jeffrey parece pensar que la risa es una buena idea. Su risa es contagiosa. Se derrama de su habitación, a la calle, e incluso a la iglesia. Cuando era pequeño le gustaba gritar durante el sermón, así que yo lo sacaba de prisa por la puerta trasera. Mientras lo hacía, él gritaba por sobre mi hombro: “¡Oren por mí!” Ha estado haciéndonos reír desde entonces.

Estoy convencido de que pocas armas son más importantes para luchar contra el desaliento y la dificultad estos días que un buen sentido del humor. La risa, el estrés y la ansiedad no pueden existir juntos por mucho tiempo. El estrés infla nuestros globos hasta el punto de reventarse; la risa lentamente alivia la presión. La risa no tiene colesterol, ni contiene alimentos modificados científicamente, ni grasa, ni efectos colaterales negativos. Aunque me metió en muchos problemas cuando estaba en quinto grado de primaria, la risa nunca ha cometido un crimen ni empezado una guerra, y no hay ningún registro de que alguien se haya muerto al reírse. He visto a la risa desarmar, revivir, motivar, estimular y alentar. Es la distancia más corta entre dos personas, y una de las pocas cosas a las que el gobierno todavía no le pone impuestos.

Pero la risa no siempre es fácil, ¿verdad? La vida es difícil. Los tiempos son duros. Mientras hablaba en un retiro, noté a una pareja sentada en la primera banca en cada una de mis sesiones (los conferencistas no olvidan esas cosas). La esposa era una mujer brillante y vivaz que se reía de todos mis chistes. Pero su esposo simplemente me clavaba la vista. Por tres días hizo esto. Tenía los labios fruncidos. Se veía como si hubiera estado tratando de sacar los remaches de un tablero de patinar. Después de la sesión final, su esposa se acercó con una sonrisa y la mano extendida. “Sólo quiero agradecerle,” dijo. “No he visto a mi esposo reírse tanto en años.”

Mi cuñada Miriam provee un contraste notorio. Miriam sufre de la enfermedad de Huntington, un raro desorden genético que causa rápida deterioración mental y física. Los médicos que tratan a miles de pacientes de Huntington se asombran por cuán lentamente esta horrible enfermedad está avanzando en su cuerpo. Las razones son numerosas: Un esposo y familia cariñosos, una actitud positiva que nunca deja de asombrarme, y, tal vez más notoriamente, ella se ríe fácilmente. Los que tienen toda razón para llorar y sin embargo escogen reírse parecen tener un mejor arranque en la vida. Un médico le dijo a su esposo Jaime: “La actitud de Miriam ha reducido los síntomas de Huntington en un 50 por ciento.”

“Parece que su creencia en un poder más alto le ha ayudado,” le dijo un psicólogo a Miriam y a Jaime un día. Miriam sonrió. “Ese sería Dios,” dijo ella.

La suya es la risa de quien ha descubierto el arte de la vida cristiana: dar gracias por lo que podemos ver y no quejarnos por lo que sigue en la oscuridad. En la misma esencia, Miriam sabe que Dios la ama, la tiene en Sus brazos, y le ha prometido los gozos eternos del cielo. Ella ha aprendido que Dios nos da suficiente luz para el siguiente paso tambaleante, así que se regocija en la poca luz que le ha sido dada, y no pide algún gran reflector que elimine todas las sombras.

Para Miriam, la risa ha cegado los manantiales de la amargura, puesto un corcho permanente en la tensión, y ha aliviado el paralizador dolor de la desilusión. Ella pudiera estar con la espalda contra la colchoneta, pero en lugar de eso ella pone este imán sobre su refrigerador: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.” Justo debajo hay otro: “Si no puedes hacerme espigada, haz que mis amigas se vean gordas.”

Los niños que ven una actitud así son cambiados para siempre.

En mi calidad de humorista, es mi privilegio hablar a miles de personas cada año. Muchos son grupos cristianos; otros no lo son. Pero he hecho un descubrimiento sorprendente recientemente: los cristianos se ríen más fuerte. Los he visto caerse de las bancas, pedir oxígeno, y que les falta la respiración. Tal vez el mundo se ríe para olvidar, pero los cristianos reímos porque recordamos. Recordamos que los asuntos más serios ya fueron resueltos en la cruz. La muerte ha sido absorbida. Se nos ha prometido la eternidad. Con certeza la mayor línea de gracia de toda la historia es esta: que un Dios santo pudiera amar a un individuo como yo. Esta verdad me llama a que viva la vida con agradecimiento. A veces podrán verme reír. Es la risa de un individuo que merece lo peor y se le ha ofrecido lo mejor. Es la risa del perdonado.

Hablando de perdón, la próxima vez que ese caballero me llame en cuanto a mi sentido del humor no voy a embutirle una papa en el tubo de escape. Tal vez considere llenarle su pijama con polvo de picapica.

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