Filipenses 4:11-13

ALGÚN DÍA CUANDO LOS NIÑOS HAYAN CRECIDO, las cosas van a ser diferentes. El garaje no estará lleno de bicicletas, vías de tren eléctrico sobre una tabla contrachapada, caballetes rodeados de trozos de madera, clavos, un martillo y un serrucho, «proyectos experimentales» inconclusos y una jaula de conejo. Podré estacionar ambos carros fácilmente y en los lugares apropiados, y nunca más tendré que tropezar con las patinetas, un montón de papeles (guardados para el proyecto para reunir fondos para la escuela), o el saco de alimento para conejos —ahora roto y derramado. ¡Uf!

ALGÚN DÍA CUANDO LOS NIÑOS HAYAN CRECIDO, la cocina estará ordenada de manera sorprendente. El lavaplatos estará libre de platos pegajosos, el triturador de comidas no estará atorado por elásticos o vasos de papel, la refrigeradora no estará atorada con nueve botellas de leche, y no se perderán las tapas de los frascos de mermelada, salsa de tomates, pasta de maní, margarina o mostaza. La jarra de agua no será regresada vacía a su lugar, las bandejas de hielo no quedarán fuera toda la noche, la licuadora no pasará seis horas cubierta de restos del batido de la medianoche y la miel se quedará dentro de su envase.

ALGÚN DÍA CUANDO LOS NIÑOS HAYAN CRECIDO, por fin mi hermosa esposa tendrá el tiempo necesario para vestirse con calma. Un largo baño caliente en la tina (sin tres interrupciones apanicadas), tiempo para pintarse las uñas (¡y las de los pies, si lo desea!) sin tener que responder a decenas de preguntas y repasar el deletreo de palabras de la tarea, tener que ir al salón de belleza esa tarde sin tener que meter esa cita entre el llevar un perro enfermo al veterinario y llevar una hija al dentista.

ALGÚN DÍA CUANDO LOS NIÑOS HAYAN CRECIDO, podré mirar por las ventanas del carro. Notablemente ausentes estarán las huellas digitales, lamidos de lengua, huellas de zapatos deportivos y de pata de perro (que nadie sabe cómo llegaron allí). El asiento trasero ya no será un desastre, ya no nos sentaremos sobre juguetes y lápices de cera, el tanque no estará siempre entre vacío y vapores, y (¡gracias a Dios!) ya no tendré que limpiar una sola vez más lo que el perro hizo.

ALGÚN DÍA CUANDO LOS NIÑOS HAYAN CRECIDO, volveremos a tener conversaciones normales. Usted sabe, una simple conversación entre adultos. La palabra «asqueroso» ya no aparecerá siete veces en cada frase. Ya no se oirá a palabra «puaj». Las expresiones «apúrate» y «tengo que ir» ya no acompañarán el golpear de puños en la puerta del baño. La expresión «es mi turno» ya no requerirá la presencia de un árbitro. Y un artículo de revista se podrá leer entero sin interrupción, siendo después discutido largamente sin que papá y mamá tengan que esconderse en el entretecho para terminar la conversación.

ALGÚN DÍA CUANDO LOS NIÑOS HAYAN CRECIDO, ya no se acabará nuestro papel higiénico. Mi esposa no perderá sus llaves. No olvidaremos cerrar la puerta de la refrigeradora. Ya no tendré que inventar nuevas maneras de desviar la atención puesta en la máquina dispensadora de chicles. . . o tener que responder a la pregunta: «Papá, ¿es un pecado que estés conduciendo a 60 en una zona de 45 kilómetros por hora?» . . . o prometer dar un beso de buenas noches al conejo. . . o esperar una eternidad en las noches para que regresen de sus citas románticas. . . o tener que reservar un turno para poder decir algo en la mesa al cenar. . . o tener que soportar el volumen alto casi de dolor agudo de la música del último grupo musical.

Sí, algún día cuando los niños hayan crecido, las cosas van a ser muy diferentes. Uno por uno ellos se irán de nuestro nido, y el lugar comenzará a parecer más ordenado y hasta con un toque de elegancia. En ocasiones, se volverá a escuchar el sonar de platos de porcelana y cubiertos finos. Los sonidos de la chimenea encendida harán un eco por los pasillos. La casa estará callada. . . y solitaria. . . y no nos gustará por nada. Y no pasaremos el tiempo pensando en Algún Día sino mirando hacia atrás al Ayer. Y pensando, «¡Quizás podemos cuidar a los nietos y reestablecer un poco de vida en este lugar, para variar!»

Será posible que el apóstol Pablo tenía esto en mente cuando escribió:
«He aprendido a estar contento con lo que tengo». (Filipenses 4:11)

Pueda que sí. Pero hay una buena posibilidad de que Pablo nunca tuvo que andar recogiendo lo que hizo el perro.

Tomado de Come Before Winter and Share My Hope, Copyright © 1985, 1988, 1994 por Charles R. Swindoll, Inc. Todos los derechos reservados mundialmente. Usado con permiso.