2 Corintios 12:8-10
Es algo que nos ocurre a todos. Tanto a profesores como también a alumnos. A policías como también a criminales. A jefes y también a secretarias. A padres como también a hijos. A los diligentes como también a los perezosos. Ni los presidentes son inmunes. O los que dirigen a las corporaciones, con sus salarios de seis dígitos. Lo mismo es cierto de personas bien intencionadas como lo son arquitectos y constructores esforzados e ingenieros de mente clara. . . ni hablar de deportistas profesionales, políticos y pastores.
¿Qué es? Es el hecho de equivocarse. Hacer algo incorrecto, usualmente con las mejores intenciones. Y ocurre con una regularidad sorprendente.
Seamos realistas, el éxito es sobrevalorado. Todos nosotros lo deseamos intensamente a pesar de las pruebas diarias de que el ingenio del ser humano se halla en la dirección opuesta. En realidad, somos todos expertos en la incompetencia. Lo que me lleva a una pregunta básica que me quema por dentro ya desde algunos meses atrás: ¿Por qué será que nos sorprende tanto cuando lo vemos en otros y nos devasta cuando lo vemos en nosotros mismos?
Muéstreme al tipo que escribió las reglas sobre la perfección y le garantizo que es uno que se muerde las uñas y que tiene la cara llena de tics nerviosos. . . con una esposa que siente pavor al verlo llegar a casa. Es más, él pierde el derecho de ser respetado porque o es culpable de haber fallado o se ha vuelto experto en cubrir sus faltas.
Eso se puede hacer, sabe. Pare y piense en las maneras en que ciertas personas pueden evitar salir a la luz y confesar que se equivocaron. Los doctores pueden enterrar a sus errores. Los errores de los abogados son encerrados en la prisión —literalmente. Los errores de los dentistas son extraídos. Los errores de los fontaneros son taponados. Los carpinteros convierten sus errores en aserrín. Me gusta lo que leí recientemente en una revista.
Por si acaso usted encuentre algún error en esta revista, favor de recordar que fueron puestos allí a propósito. Intentamos ofrecer algo para todos. Algunas personas siempre están buscando errores y ¡no lo queríamos desilusionar!
¡Oiga, hay algunos que han sido verdaderos ganadores! Allá en 1957, Ford se jactaba del «auto de la década». El Edsel. A menos que usted tuvo suerte, el Edsel que compró tenía una puerta que no se podía cerrar, un capot que no se podía abrir, una bocina que quedaba pegada cuando usada, pintura que se descascaraba y una transmisión que no cumplía su misión. Un escritor de temas de negocio comparó al gráfico de ventas del Edsel con una pista de esquí de una ladera empinada. Añadió que, hasta donde él sabía, existía solo un caso conocido del robo de un Edsel.
¿Qué de la famosa torre en Italia? La «torre inclinada», uno seis metros fuera de la línea perpendicular. El tipo que planificó que ese fundamento solo tuviera tres metros de profundidad (para un edificio de 54 metros de alto) no poseía el cerebro más grande del mundo. ¿Cómo le gustaría que apareciera en su currículum: «Diseñador de la torre inclinada de Pisa»?
Un amigo mío, al darse cuenta de lo hábil que soy en el negocio del fallar, me pasó un libro sorprendente (preciso, pero divertido) titulado: El libro incompleto de las fallas, por Stephen Pile. De manera muy apropiada, al libro mismo le faltaban dos páginas cuando fue impreso, por lo que lo primero que uno lee es una disculpa por la omisión —un inserto con la fe de erratas que provee esas dos páginas.
Entre los muchos informes descabellados y locos hay tales cosas como el informe del clima menos acertado, el peor computador, el edificio más feo que se haya construido, la ceremonia de bodas más caótica y algunas de las peores declaraciones. . . cuyos errores han sido conservados para la posteridad. Por ejemplo, algunas de estas declaraciones fueron:
«Demasiado bullicioso, mi querido Mozart. Demasiadas notas».
— Por el Emperador Ferdinand después de la primera puesta en escena de El matrimonio de Fígaro.
«Si la Séptima sinfonía de Beethoven no es abreviada de alguna manera, pronto caerá en desuso». — Philip Hale, crítico de la música en Boston, 1837.
«El vuelo de máquinas que pesan más que el aire es poco práctico e insignificante. . . totalmente imposible».
—Simon Newcomb (1835-1909)
«No nos gusta su sonido. Grupos de guitarras están dejando de ser de moda».
— Decca Recording Company cuando rechazaron a los Beatles en 1962.
«Nunca llegarás a ser gran cosa».
— Un maestro de escuela en Munich a Albert Einstein, a sus 10 años.
Y sigue y sigue. Lo único por lo que podemos estar agradecidos cuando se trata de errores es que nadie está llevando un registro de los nuestros. ¿O lo estarán haciendo? ¿O lo hace usted con los de otros?
Vamos, no sea tan exigente. Si nuestro Señor, que es perfecto, tiene la suficiente gentileza como para tomar nuestras fallas más terribles, más feas, más aburridas, menos exitosas, nuestras fallas como torres inclinadas, nuestros errores tipo Edsel y perdonarlos, enterrándolos en lo profundo del mar, entonces es más que el tiempo correcto para que nos extendamos un poco de gracia los unos a los otros.
De hecho, Dios promete una aceptación completa junto con perdón completo por escrito para que todos lo lean. . . sin una página de fe de erratas anexa. ¿No es eso alentador? ¿No podemos ser ese tipo de ánimo el uno para el otro? Después de todo, la imperfección es una de las pocas cosas que todavía tenemos en común. ¡Nos pone juntos en la misma familia!
Entonces, cada vez que alguno de nosotros se equivoca y no lo podemos esconder, ¿qué tal si los que no han sido descubiertos aún ofrecieran un poco de apoyo?
Oh, una corrección. ¿Qué tal mucho apoyo?
Tomado de Come Before Winter and Share My Hope, Copyright © 1985, 1988, 1994 por Charles R. Swindoll, Inc. Todos los derechos reservados mundialmente. Usado con permiso.