Job 2: 1—9

Quiero confesar que por mucho tiempo en mi ministerio fui injusto con la esposa de Job, especialmente porque ella no estaba presente para defenderse. Pienso que fue probablemente por inmadurez de mi parte y porque, además, no había estado casado por mucho tiempo como para ser más prudente al decir esas cosas. Por tanto, no puedo dejar este vistazo fugaz de la Señora Job en esta historia, sin decir las cosas como son y hablar en su defensa.

Ahora que usted ha visto el increíble desastre que compartieron los dos, ¿no resulta un poco más fácil comprender el porqué ella pudo decir: «Job, querido, pongámosle fin a esto. No sigas. No puedes continuar viviendo así, y yo no puedo soportarlo. Maldice a Dios y pídele que te lleve al cielo a estar con Él». Yo lo comprendo. Ella ha llegado al límite y está dispuesta a dejar que se marche. No estoy justificando el razonamiento de esta mujer, sino más bien tratando de entenderlo.

Tenga siempre cuidado con sus palabras cuando su marido esté pasando por momentos terriblemente difíciles. Quiero confesarle algo acerca de nosotros los hombres. Básicamente, quiero que recuerde esto: Los períodos prolongados de dificultades serias debilitan a la mayoría de los hombres. Pero, por alguna razón, los problemas parecen fortalecer a las mujeres; nosotros las admiramos por eso. Pero los hombres nos debilitamos cuando nos golpea la aflicción y ésta no nos deja. En nuestra debilitada condición perdemos nuestra objetividad y a veces nuestra estabilidad. Nuestro discernimiento también es afectado y nuestra determinación disminuye. Nos volvemos vulnerables, y la mayoría no sabemos cómo manejarnos en ese frágil estado mental. Por eso, a la luz de todo esto, escúchame por favor, necesitamos la clara perspectiva, la sabiduría y la fuerza espiritual de las esposas. Pero más que todo necesitamos que oren por nosotros como nunca han orado antes. Necesitamos no solo sus oraciones sino también su apoyo emocional. Necesitamos que ustedes tomen la iniciativa de actuar.

Necesitamos sus palabras de confianza y aliento. A nosotros los hombres nos resulta difícil decir: «Te necesito ahora mismo». Mi esposa puede decirle que durante los primeros diez años de matrimonio, ella nunca pensó que yo la necesitaba. Pero finalmente lo reconocí y aprendí cómo decirlo. En las horas solitarias de la prueba de un gran hombre, ninguna palabra de otros significa tanto para él como las palabras de su esposa. Esa es una de las razones dadas por Dios para unirles como marido y mujer. Cuando nosotros los esposos perdemos el rumbo, usted las esposas nos ayudan a encontrarlo de nuevo.

Adaptado del libro, Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2019 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.