Job 2: 1—9

Cuando algo malo sucede, a menudo le sucede a la persona que menos lo merece; y cuando esto ocurre, siempre nos quedamos con la inquietante pregunta: «¿Por qué?» En algún lugar de todo esto, hay espacio para la historia de Job. Porque, como hemos aprendido, ningún hombre fue mejor que él en el tiempo que le tocó vivir. No solo era un hombre bueno, sino además un hombre piadoso. No solo era un fiel esposo, sino también un padre amoroso y consagrado. Era un buen jefe. Con todas las tierras que poseía, con la abundancia de comida y con ganado y camellos suficientes para costear todos sus sueños, parecía que todo el futuro de Job iría viento en popa.

Imagino que en la lucha que tuvo esa primera noche, tratando de dormir después de sepultar a sus diez hijos con sus propias manos, y teniendo al lado a su afligida esposa, que también había soportado la pérdida, mucho de lo que sucedió seguía siendo una sombra para él. Y habría de venir más, mucho más. Job no pudo haberlo imaginado, de la misma manera que no imaginaron nada quienes estaban en el Pentágono ocupados activamente en sus labores diarias, y los de la bahía de Nueva York, donde los terroristas habían atacado. El personal militar de los Estados Unidos de América no tenía idea de lo que vendría después. Un tercer avión es otra diabólica misión daría contra el mismo lado del edificio de Washington donde algunos ya se estaban ocupando de la atrocidad que acababa de suceder en Nueva York.

He conversado con algunos de los funcionarios que estaban en el edificio en esos momentos. Uno reconoció, para su propia vergüenza: «A la mayoría de nosotros nunca se nos ocurrió que el Pentágono sería el objetivo siguiente». Jamás sabremos con seguridad si el tercer avión estaba tratando de ubicar a la Casa Blanca, y que no pudo hacerlo debido al follaje de mediados de septiembre. El piloto, con su desquiciante plan de estrellar el avión, divisó este edificio pentagonal e hizo un hueco de 60 metros debido a un par de explosiones, la primera desde el mismo avión al estrellarse contra el edificio y la segunda por la inflamación del combustible que incendio el extenso pasillo.

¡Como sucedió con Job, eso no fue justo! Por lo menos, no lo fue desde nuestra perspectiva. Job había sido un modelo de verdadera integridad. Había bendecido a su Padre celestial, lo había adorado y Satanás no podría soportar eso.

El adversario había perdido el primer asalto.

Adaptado del libro, Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2019 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.