Proverbios 2:1-5

«¿Puedes ver alguna cosa?»

¡Qué pregunta era esa! La boca y los ojos de Howard Carter estaban bien abiertos cuando su asistente la formuló. Él tenía su cabeza metida en una tumba eterna. Gotas de sudor brotaban en la frente del arqueólogo británico. Llevaba seis años seguidos excavando. Trincheras innumerables. Toneladas de escombros. Grandes trozos de residuos sin valor alguno. ¡Nada!

Era el año 1922. Por más de una veintena de siglos, arqueólogos, turistas y ladrones de tumbas habían buscado los lugares de entierro de los faraones de Egipto. Se creía que nada quedaba sin trastocar—especialmente en el Valle Real donde los monarcas antiguos habían sido enterrados por más de medio milenio. Siendo que nadie creía que quedara algo por descubrir, Carter siguió su búsqueda, con financiamiento privado, con solo unas migajas de evidencia para hacerlo continuar con el esfuerzo. Él estaba convencido de que todavía. . . en algún lugar. . . de alguna manera. . . quedaba una última tumba. Dos veces durante su búsqueda de seis años estuvo a pocos metros del primer escalón que conducía a la cámara funeraria.

Finalmente— ¡Eureka!

¿Puedes ver alguna cosa?

Eso era como cuando el piloto Michael Collins, el día 20 de julio de 1969, les preguntó a Neil Armstrong y a Buzz Aldrin: «¿Sienten alguna cosa?», mientras el polvo de la luna formaba nubes blancas alrededor de sus botas.

Mirando dentro de la oscuridad silenciosa, Howard Carter vio lo que ningún hombre moderno haya visto alguna vez: animales de madera, estatuas, cofres, carruajes dorados, cobras talladas, cajas de ungüento, jarrones, dagas, joyas, un trono, la figura de la diosa Selket tallada en madera. . . y el ataúd de un rey adolescente, tallado a mano. En sus propias palabras, él vio «animales extraños, estatuas y dioses —por todos lados el destello de oro». Eran, por cierto, la tumba y el tesoro invaluable del Rey Tutankhamen, el descubrimiento arqueológico más emocionante del mundo. Más de 3.000 objetos en total, lo que hizo que Carter tardara cerca de diez años en extraer, catalogar y restaurarlos. «¡Exquisito!» «¡Increíble!» «¡Elegante!» «¡Magnífico!» «¡Ahhh!» Palabras como estas deben haber pasado por sus labios susurrantes decenas de veces cuando, por primera vez, él se abrió paso por el antiguo capullo egipcio.

Hay pocas alegrías como la alegría de un descubrimiento repentino. Al instante, se olvidan los dolores y los gastos de la búsqueda, las inconveniencias, las horas, los sacrificios. Bañado por el éxtasis del descubrimiento, el tiempo se para. Ninguna otra cosa logra siquiera la mitad en importancia. Perdido en la emoción del momento, saboreamos el descubrimiento inexpresable —como un niño pequeño observando a un gusano.

Descubrimientos como esos tienen varias caras . . .

  • la respuesta para un largo conflicto
  • conocimiento relacionado a su propia manera de ser
  • entendiendo el «porqué» detrás de un temor
  • el término perfecto para describir un sentimiento
  • la razón por qué su estómago da vueltas en ciertas situaciones
  • llegar a conocer la «inclinación» de un hijo
  • una técnica que ahorra tiempo y esfuerzo
  • una manera simple de comunicar algo complicado
  • logrando motivar a los que trabajan para usted
  • encontrando alivio para una culpabilidad innecesaria

Salomón habla sobre el mayor descubrimiento de todos. Lo pone en términos que describen la actividad de una persona como Howard Carter —pero en este caso, él no está buscando al Rey Tut. Escuche:

Hijo mío, presta atención a lo que digo
y atesora mis mandatos.
Afina tus oídos a la sabiduría
y concéntrate en el entendimiento.
Clama por inteligencia
y pide entendimiento.
Búscalos como si fueran plata,
como si fueran tesoros escondidos.
Entonces comprenderás lo que significa temer al Señor
y obtendrás conocimiento de Dios. (Proverbios 2:1-5)

¡Hablando de descubrimiento! Escondidas en las Escrituras hay cámaras verbales invaluables. Silenciosas. Difíciles de encontrar. Fácil de pasar por alto si se está apurado. Pero allí están, esperando ser descubiertas. La Palabra de Dios, como una mina muy, pero muy profunda, está a la espera de ceder sus tesoros.

¿Puede ver alguna cosa?

Tomado de Come Before Winter and Share My Hope, Copyright © 1985, 1988, 1994 por Charles R. Swindoll, Inc. Todos los derechos reservados mundialmente. Usado con permiso.