Santiago 1:2-4
Usted los ha oído. Esos gritos de exasperación tan familiares. Puede que un par de ellos hayan cruzado por su mente hoy entre la alarma que sonó demasiado temprano y la bulla de los vecinos que se extendió demasiado tarde.
Yendo de mal en peor.
Saltando del sartén al fuego.
Entre una roca y un lugar difícil.
Él dijo: «Ánimo, las cosas podrían ser peores». Así que me animé —y tal como dijo, ¡las cosas empeoraron!
Mi madre me dijo que habría días como estos, pero nunca me dijo que ocurrirían en días seguidos.
Días difíciles. A todos nos ocurren. Algunos son peores que otros. Como el que reportó un empleado con casco de protección cuando intentó ser de ayuda. Es posible que usted también escuchó de esto; el asunto realmente apareció en un formulario de accidente de una compañía. Con moretones y parches, el obrero relató esta experiencia:
Cuando llegué al edificio descubrí que el huracán había tumbado unos ladrillos en la parte alta. Así que armé un sistema de poleas en la parte alta del edificio y jalé hasta arriba un par de barriles llenos de ladrillos Cuando había reparado los daños en esa área, sobraron bastantes ladrillos. Entonces bajé y comencé a soltar el cordel. Desafortunadamente, el barril con ladrillos pesaba más que yo —y antes de darme cuenta el barril comenzó a descender, jalándome hacia arriba.
Decidí no soltar la cuerda ya que estaba demasiado alto como para saltar a tierra, y a mitad de camino me encontré con el barril de ladrillos que bajaba aceleradamente. Recibí un duro golpe en el hombro. Entonces continué subiendo hasta lo más alto, golpeándome la cabeza contra la madera y pinchando y atascándome los dedos en la polea. Cuando el barril golpeó con fuerza contra el suelo se le reventó el fondo, permitiendo que los ladrillos cayeran fuera de él.
Ahora yo pesaba más que el barril. Por lo que comencé a bajar velozmente. A medio camino, me encontré con el barril que subía con velocidad y recibí heridas severas en mis canillas. Cuando choqué contra el suelo, caí sobre la pila de ladrillos que se habían desparramado, recibiendo varios cortes profundos y grandes moretones. A estas alturas, debí haber perdido mi razonamiento, pues solté la cuerda. El barril descendió velozmente —propinándome otro golpe en la cabeza y provocando que cayera en el hospital. Con todo respeto, solicito que se me permita una salida por razón de enfermedad.
¡Claro! ¡Me imagino que sí! Algunos días usted se pregunta sinceramente por qué se arrastró fuera de la cama esa mañana. . . y luego, si eventualmente podrá lograr regresar a la cama esa noche. A la mayoría de nosotros no se nos hace difícil enfrentar dos o tres problemas durante el día, pero cuando empiezan a llegar como el granizo, sin alivio y sin razón, nos entra el sobresalto. También, con mayor frecuencia nos ponemos gruñones. Invariablemente, hay quienes nos aman y realmente desean ser de ayuda. Pero, aunque lo intenten de todas las maneras que puedan, los días difíciles típicamente son vuelos solitarios.
Piense en el día difícil más reciente que haya tenido. ¿Cómo lo enfrentó? ¿Qué hubiera hecho diferente, según la Palabra de Dios? Mañana hablaremos de ello.
Tomado de Come Before Winter and Share My Hope, Copyright © 1985, 1988, 1994 por Charles R. Swindoll, Inc. Todos los derechos reservados mundialmente. Usado con permiso.