Juan 20:27-28

Luego dijo a Tomás: Acerca aquí tu dedo, y mira mis manos; extiende aquí tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Respondió Tomás y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío! Juan 20:27-28

PADRE NUESTRO, ANÍMANOS— especialmente aquellos de nosotros que dudamos con frecuencia y nos sentimos avergonzados por ello. Ayúdanos a darnos cuenta de que estás con nosotros mientras reflexionamos. Te pedimos que a través de ese análisis interno podamos llegar a nuevas profundidades que de otra forma no las pudiésemos conocer.

Te agradecemos por preservar el relato de Tomás. Nos reflejamos vívidamente en sus dudas. Ayúdanos a darnos cuenta que te complace nuestro análisis y que honras nuestras dudas honestas. Gracias por aceptarnos en nuestras luchas y por comprender nuestras dudas. Gracias por Tu gracia que comprende que aunque lloramos por la pérdida de nuestros amigos y familiares y que cuestionamos las tragedias y las calamidades de la vida, no lo hacemos porque dudemos de Tu derecho a gobernar. Lo que pasa es que nos cuesta ceder nuestros derechos. Estamos sencillamente intentando comprender ese valle misterioso.

Padre, deseamos conocerte como nunca antes. Que hoy sea el principio de una confianza que va en aumento y de una duda que va en descenso.

Lo pedimos en el nombre de la roca sólida que es Cristo Jesús, nuestro Señor y Dios. Amén

Véase también Mateo 14:28-33; Santiago 1:5-8; Judas 22.

DESPEDIDA, DUDA Y DESILUSIÓN
El profeta Jeremías se encontraba literalmente en el hoyo. Lleno de desilusión y desesperación, maldijo el día en que nació (Jeremías 20:18). ¿Cree usted que es una exageración? No lo es. El diario de Jeremías lo dice claramente. El guardia principal del templo había mandado que el profeta de Dios recibiera cuarenta latigazos y luego que fuese puesto en una mazmorra. ¿Por qué? ¿Había cometido algún crimen? No. Simplemente había declarado la verdad y eso fue lo que recibió.

El hombre se encontraba angustiado. Profeta o no, él estaba batallando con la justicia de Dios. Muy dentro de sí dudaba de la presencia de Dios. «¿Dónde está? ¿Por qué el Señor se ha desvanecido en el momento en que más lo necesito?»

Él no era el único que se sentía así. ¿Quién no ha tenido preguntas similares? A veces surgen dentro del largo y oscuro túnel del sufrimiento cuando el dolor no termina. Cuando un cónyuge que había prometido quedarse «en las buenas o las malas» rompe su promesa. Cuando un sueño largamente esperado desaparece en un instante. Cuando nos despedimos por última vez de un ser querido.

En esos momentos, al igual que Jeremías me siento tentado a dudar. No obstante, justo cuando estoy a punto de desmayar, experimento lo que Jeremías admitió: «Esto se convierte dentro de mí como fuego ardiente encerrado en mis huesos; hago esfuerzos por contenerlo, y no puedo». ( Jeremías 20:9)

Directamente de Dios siento un aumento de ánimo, esperanza, confianza y determinación dentro de mí. La seguridad tranquilamente reemplaza la desilusión. Vuelve la claridad a mi vida. La perspectiva divina me envuelve con esa brisa fresca de esperanza en medio de la adversidad. En esos momentos tomo la determinación de que la desilusión debe marcharse inmediatamente. Ahora. . . no después.

Adaptado del libro, Responde a Mi Clamor: Aprenda a comunicarse con un Dios que se preocupa por usted (Worthy Latino, 2014). Copyright © 2014 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.