1 Reyes 17: 5—7
Una mañana, Elías notó que el arroyo no estaba fluyendo sobre las piedras, ni tampoco corriendo como antes. Puesto que su vida dependía de ese arroyo, se puso a observarlo con cuidado. En los días siguientes observó que el agua era cada vez menor, hasta que se redujo a un hilillo. Luego, una mañana, ya no había agua, solo arena húmeda. Los fuertes vientos pronto hicieron desvanecer incluso esa humedad y la arena se endureció. No pasó mucho tiempo sin que se formasen grandes grietas en el lecho reseco del río, ya no había más agua; el arroyo se había secado.
¿Le suena familiar esta clase de experiencia? Hubo un tiempo en que usted conoció la satisfacción de tener una respetable cuenta bancaria, un negocio próspero, una carrera emocionante y en expansión, un emocionando y magnifico ministerio cristiano. Pero el arroyo se ha secado.
Hubo un tiempo en que conoció la satisfacción de usar su voz para cantar alabanzas del Señor. Pero después se le desarrolló un tumor en las cuerdas vocales, lo cual requirió una cirugía; pero la operación quitó más que el tumor; se llevó también su melodiosa voz. El arroyo se ha secado.
Su esposo o esposa se ha vuelto indiferente, y hace poco le pidió el divorcio. Ya no hay amor y tampoco ninguna promesa de cambio. El arroyo se ha secado.
Personalmente he tenido períodos en los que el arroyo se ha secado, y me he encontrado haciéndome preguntas a mí mismo en cuanto a las cosas que he creído y que he predicado durante años. ¿Qué sucedió? ¿Es que Dios se murió? No. Es que mi visión se volvió un poco borrosa. Las circunstancias hicieron que mi pensamiento se volviera un poco confuso. Levantaba mis ojos al cielo, y ya no podía ver a Dios tan claramente. Y para agravar el problema, sentía como si Él no me estuviera oyendo. Los cielos se me volvieron de bronce. Le hablaba, y no escuchaba ninguna respuesta. Mi arroyo se secó.
Eso fue lo que le sucedió a Juan Bunyan en la Inglaterra del siglo diecisiete. Predicaba contra la incredulidad de su tiempo, y las autoridades lo echaron en prisión. Su arroyo de oportunidad y de libertad se secó. Pero gracias a que Bunyan creía firmemente que Dios estaba vivo y en actividad, convirtió esa prisión en un lugar de alabanza, servicio y creatividad cuando comenzó a escribir su libro El progreso del peregrino, la alegoría más famosa en la historia de la lengua inglesa. Los arroyos secos no eliminan el plan providencial de Dios. Muchas veces, lo que hacen es que su plan surja.
Adaptado del libro, Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2019 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.