Génesis 41:1-16

Después de esos dos años completos, José tuvo un momento decisivo en su vida, en un día que parecía ser igual a cualquier otro. Esa mañana amaneció como cualquiera otra mañana de los dos años anteriores.

Como la mañana que hubo antes de que Moisés viera la zarza ardiente. Como la mañana que hubo antes de que David fuera ungido por Samuel como el rey elegido. Para José era apenas otro día más de cárcel, excepto por una pequeña cuestión que él ignoraba por completo: La noche anterior, el faraón había tenido una pesadilla.

El rey de país tuvo un sueño, y en él vio a siete vacas gordas y hermosas que subían del cenagoso delta del río Nilo. Luego, siete vacas feas, demacradas y hambrientas salieron del mismo río y devoraron a las vacas gordas y hermosas.

El faraón se despertó, pensando quizás que la abundante cena que había tenido antes de irse a la cama le había producido una indigestión. Se volvió a dormir pronto, pero el sueño continuó. Esta vez vio un manojo de cereal con siete espigas gruesas y saludables. Pero luego brotaron siete espigas delgadas y quemadas por el viento del este que devoraron a las siete espigas saludables.

Cuando el faraón supo que había alguien que podía decirle el significado de este perturbador sueño, dijo, por supuesto: «Busquen a ese hombre».

«Entonces el faraón dijo a José:

-He tenido un sueño, y no hay quien me lo interprete. Pero he oído hablar de ti, que escuchas sueños y los interpretas.

José respondió al faraón diciendo:

-No está en mí. Dios responderá para el bienestar del faraón» (Génesis 41:15,16).

Eso se llama humildad. Eso se llama integridad total. Este era el momento de Jose en la corte, su excelente oportunidad para decir: «¡Se da usted cuenta de que pude haber estado fuera de la cárcel hace dos años, si ese imbécil que está parado allá no se hubiera olvidado de mí?». Pero no hubo nada de eso.

¿Sabe por qué José pudo ser tan humilde y hablar con tanta sencillez? Porque su corazón había sido quebrantado. Porque había sido probado por el fuego de la aflicción. Porque, aunque sus circunstancias externas parecían casi insoportables durante esos años, su condición interna se había convertid en oro puro. Ahora estamos viendo los beneficios de soportar la aflicción con los ojos puestos en Dios.

Adaptado del libro, Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2019 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.