Hechos 18: 1—17; 2 Corintios 11: 22—28

Debemos admirar a Pablo por su fortaleza en las pruebas. Queremos aplaudir su indomable determinación frente a la brutal persecución. Pero si el hombre estuviera vivo hoy en día, no aceptaría nuestras felicitaciones. «No, no, no. Ustedes no entienden. Yo no soy fuerte. Aquel que derrama su poder sobre mí es el fuerte. Mi fortaleza proviene de mi debilidad». Esa no es una falsa modestia. Pablo nos diría: «La fortaleza viene de aceptar la debilidad y de gloriarse en eso». Es esa clase de respuesta lo que produce fortaleza divina y que le permite entrar en acción.

J. Oswald Sanders Escribe en su libro Paul, the Leader (Pablo, el líder): «Somos parte de una generación que adora el poder: Militar, intelectual, económico y científico. El concepto de poder está en la base de nuestra vida diaria. Todo nuestro mundo se divide en bloques de poder. Los hombres en todas partes están buscando el poder en las diferentes esferas, muchas veces por motivaciones dudosas».

El célebre predicador escocés, James Stewart, dijo unas palabras que son también un reto: «Es siempre sobre la debilidad y la humillación humanas, no sobre la confianza y la fortaleza que Dios elige construir su Reino; y que Él puede utilizar no solo a pesar de nuestra insuficiencia, impotencia y descalificadora debilidad, sino precisamente a causa de ellas».

Ese es un descubrimiento emocionante que podemos hacer. Un descubrimiento que transforma nuestra actitud mental hacia nuestras circunstancias.

Hagamos aquí una pausa lo suficientemente larga como para considerar este principio con toda seriedad. Las humillaciones, las luchas, las batallas, las debilidades, los sentimientos de incompetencia, la impotencia e incluso las llamadas fragilidades que nos descalifican son precisamente las que nos hacen efectivos, y yo añadiría que ellos representan la sustancia de la grandeza. Una vez que usted esté convencido de su propia debilidad y ya no trate más de esconderla, hace suyo el poder de Cristo. Pablo ejemplificó maravillosamente esta cualidad, después que entendió este principio. El orgullo se fue, y en su lugar surgió una humildad genuina que ningún sufrimiento fue capaz de quitar.

Adaptado del libro, Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2019 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.