Juan 14:27

La escena es familiar: una sala de espera de un hospital con todos sus detalles . . . sofás blandos y revistas viejas . . . alfombras y cortinajes haciendo juego e iluminados por luces tenues . . . una mujer de uniforme junto al escritorio, cansada de responder a las mismas preguntas . . . olores extraños . . . y mucha gente.

Hay gente por todos lados. Una oleada de personas que entran y salen, luciendo caras preocupadas y en estado de apuro. Rodeándome se encuentran pequeños grupos de personas tomando sorbos de café, hablando en voces bajas y con sus miradas perdidas, parpadeando mucho, perdidos en un mundo de angustia personal. Algunos están sentados solos, estudiando de manera inquieta su celular. Un cirujano con vestimenta de verde teñido aparece repentinamente, trayendo noticias a los que esperan. Cejas se fruncen. Labios se aprietan. Cabezas menean. Lágrimas fluyen. Todos los observan fijamente—sintiendo una identificación momentánea con esas personas desconocidas. Pronto se aquieta el ambiente otra vez, la aprehensión incrementa . . . y la vida continúa su curso.

Si yo fuera una mosca sobre la pared de este establecimiento esterilizado, recordaría otros lugares en que me hallé agarrado de manera similar en mis excursiones—otros escenarios de aprehensión:

  • En la sala de clases, observando la nueva profesora en su primer intento con alumnos intermedios.
  • En el ajustado espacio de estudio del alumno de último año de medicina, cuando estudia hasta el cansancio en preparación para sus exámenes orales.
  • En el aeropuerto mientras un papá, con brazo en alto, se despide de su hijo que sale para su servicio militar en el extranjero.
  • En la sala de cuna donde una mamá exhausta pasa la noche sentada junto a un bebé con una alta fiebre.
  • En un carro viajando por el país, trasladando a una familia a una vecindad que no le es familiar, con calles desconocidas y desafíos por enfrentar.
  • En el almacén de un hombre de negocios, que se encuentra estrujado por la inflación, preguntándose cómo podrá cumplir con los pagos en el primer día del mes.

La aprehensión. Es tan común como el fútbol y la taza de café con pan. Y es algo extraño. La aprehensión es uno o dos puntos más arriba de la preocupación, pero se siente como si fueran gemelos. No es lo suficiente como para ser temor, pero tampoco es tan moderado como para ser divertido. Se halla en la categoría de una «emoción mixta».

De alguna manera, la aprehensión lo deja cojo, inmóvil. Es una inquietud indefinida—un sentimiento de incertitud, recelo y zozobra. Lo que es para hoy la frustración, será para mañana la aprehensión.

Pablo lo experimentó cuando se dirigió hacia el oscuro horizonte sobre Jerusalén. Su confesión sobre esto se encuentra en Hechos 20:22 LBLA:

«Y ahora, he aquí que yo, atado en espíritu, voy a Jerusalén sin saber lo que allá me sucederá».

Hay mucha emoción envuelta en esas diecisiete palabras. ¿Cómo se sentía? Atado en espíritu. ¿Por qué estaba inquieto? Sin saber lo que allá me sucederá. Eso es aprehensión. No es pecado, ni es motivo para avergonzarse. Más bien, es una comprobación fidedigna que usted es humano. Desafortunadamente, tiende a quitarle el aire a sus sueños placenteros tapando su fe con una almohada. La aprehensión les amarrará una correa corta a sus sueños y le enseñará a acostarse y a hacerse el muerto cuando las estadísticas inquietantes y los informes pesimistas hagan sonar los dedos.

Pablo se rehusó, en absoluto, a correr cuando la aprehensión le dirigió un silbido. Aunque reconoció la presencia de ella de todas maneras se mantuvo en su lugar con las palabras resonantes de Hechos 20:24:

«Pero en ninguna manera estimo mi vida como valiosa para mí mismo, a fin de poder terminar mi carrera y el ministerio que recibí del Señor Jesús».

La aprehensión es impresionante hasta que la determinación muestra su rango superior y le exige que le dé un saludo. Esto es especialmente cierto cuando la determinación ha sido comisionada por el Rey de reyes.

Tomado de Come Before Winter and Share My Hope, Copyright © 1985, 1988, 1994 por Charles R. Swindoll, Inc. Todos los derechos reservados mundialmente. Usado con permiso.