Filipenses 4:11-13

Shakespeare lo llamó «la enfermedad verde». Horacio declaró que «los tiranos nunca inventaron un mayor tormento». El dramaturgo Sheridan se refirió a ella en su obra de teatro The Critic [El crítico] cuando escribió: «No existe pasión más arraigada en el corazón humano que esta». Philip Bailey, el elocuente poeta inglés de antaño, la describió vívidamente como «una braza ardiente echando silbidos, que viene del infierno».

Y, hablando del infierno, nadie ha hecho un mejor trabajo que Dante al retratar a la envidia. En su poema Purgatory [Purgatorio], puede que usted recuerde, los envidiosos se sientan como mendigos ciegos junto a una pared. Sus párpados están cocidos cerrados. El simbolismo es apto, demostrando al lector que este es uno de los pecados más ciegos—en parte porque es irrazonable, en parte porque la persona envidiosa se halla cocida en sí misma. Hinchada de pensamientos venenosos. En un mundo oscuro y restringido de angustia autoimpuesta que es casi insoportable.

¿La envidia en las Escrituras? Observe los hechos. Fue lo que vendió a José a la esclavitud, persiguió a David al exilio, echó a Daniel en la fosa y enjuició a Cristo. (Si tiene dudas al respecto, será mejor que vea Mateo 27:18). Pablo nos dice que es una de las características de la depravación (Romanos 1:29) y que es compañero de equipo con la calumnia, las malas sospechas y la arrogancia (1 Timoteo 6:4).

¿La respuesta? Contentamiento. Sentirse cómodo y seguro con dónde se encuentra y quién es. No teniendo que «ser mejor» o «llegar más lejos» o «poseer más» o «impresionar al mundo» o «alcanzar la cima» o . . . ¿Tiene batallas grandes con la envidia? ¿Se está frustrando porque alguien está uno o dos pasos más adelante suyo en la carrera e incrementando su distancia? Relájese. ¡Usted es usted—no el otro! Y la responsabilidad suya es hacer lo mejor que pueda con lo que tenga, por el mayor tiempo que pueda.

Recuerde, la carrera aún no ha terminado. Y aun cuando termine, muchas de las cosas que lo alteraron y molestaron durante su vida ni siquiera aparecerán en la eternidad. No me importa cuántos trofeos o premios o dólares o títulos puedan ser alcanzados o ganados en la tierra, no podrá llevárselos. Por lo que no vale la pena sudar por ellos. La muerte siempre cura «la enfermedad verde».

Tomado de Come Before Winter and Share My Hope, Copyright © 1985, 1988, 1994 por Charles R. Swindoll, Inc. Todos los derechos reservados mundialmente. Usado con permiso.