Job 2: 11—13

El libro de Job no solo es un testimonio en cuanto a la dignidad del sufrimiento y de la presencia de Dios en nuestro sufrimiento. Es también la principal protesta bíblica contra la religión qué ha sido reducida a explicaciones o simples «respuestas». Muchas de las respuestas que los supuestos amigos de Job le dieron, son técnicamente ciertas. Pero es la parte «técnica» lo que las arruina. Son respuestas sin relación personal; son intelecto sin intimidad. Las respuestas son puestas sobre la devastada vida dejó como esas etiquetas que se les ponen a los envases para recoger muestras para laboratorio. En respuesta, Job reaccionó furiosamente contra esta sabiduría secularizada qué ha perdido contacto con la realidad viva de Dios.

El difunto (y podría agregar gran) Joe Bayly y su esposa, Mary Lou, perdieron a sus tres hijos. Uno se les murió después de una cirugía, cuando apenas tenía dieciocho días de vida. Perdieron también el segundo, de cinco años, debido a la leucemia. Y después perdieron el tercero, de dieciocho años, después de un accidente en un trineo por complicaciones relacionadas con su hemofilia.

Él escribe en su maravilloso libro The Last Thing We Talk About (La última cosa qué hablamos):

«Me hallaba sentado, destrozado por la tristeza. Alguien vino y me hablo de la manera como Dios actúa, de porqué sucedió, y de la esperanza más allá de la tumba. El hombre hablo todo el tiempo, y dijo cosas que yo sabía que eran verdad.

Yo permanecí inconmovible, a no ser por el hecho de que deseaba que se marchara. Finalmente lo hizo.

Otro vino y se sentó a mi lado. No habló. No hizo preguntas sugerentes. Simplemente se sentó a mi lado durante una hora y más; escuchaba cuando yo decía algo; respondía brevemente; después oró simplemente, y se marchó.

Me sentí conmovido. Fui confortado. No desee que se hubiera marchado».

Usted lo ha hecho bien cuando las personas angustiadas no quisieran verle marchar.

Debemos dejar a Job con su desgracia, por ahora. Somos sólo unos espectadores. De haber vivido en su tiempo, no habríamos podido decirle: «Sé cómo te sientes». No, no lo sabríamos. No podemos siquiera imaginarlo. Pero sí nos importa. Nuestra presencia y nuestras lágrimas dicen mucho más que nuestras palabras.

Las palabras suenan vacías cuando estamos en el crisol de la prueba.

Adaptado del libro, Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2019 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.