2 Timoteo 4:13
Debido al problema trágico de la ignorancia y pasividad en nuestro mundo hoy, yo he estado resaltando los beneficios de la lectura. Ayer, hablamos del primer beneficio: la lectura despeja las telarañas; nos expanden. Hoy, indicaré tres beneficios adicionales:
- La lectura incrementa nuestra capacidad de concentración.
A través de esta disciplina, la mente es programada para observar y absorber. Reemplaza la mentalidad «Entreténgame» con «Desafíeme». El ojo de un lector es perspicaz, alerto, curioso e indagador.
Nunca podré olvidar el viaje a bordo de una inmensa nave de transporte de tropas desde Taiwan hacia Norteamérica. Una tarde de ocio me llevó a un libro de poesía, el que comencé a devorar con deleite. De pronto me di cuenta de que alguien me estaba observando. Vi a un compañero de la marina quien me ganaba en rango por varias barras. Yo esperaba que me ordenara a llevar a cabo alguna labor, pero para sorpresa mía me preguntó: «Oye, marino, ¿tienes algún libro con algunos dibujos por dentro?» Conociéndolo, ¡creo que hubiera pintado fuera de los bordes!
- La lectura nos hace más interesantes para los que nos rodean.
¡Poco sorprende que el factor aburrimiento sea tan grande en los eventos sociales! Después de repasar el clima, los hijos, el trabajo y su reciente cirugía, ¿qué más queda? El ser un lector le añade aceite a el rose conversacional. Además, para el cristiano le abre nuevas avenidas para el evangelismo. Ayuda con el acercamiento a los perdidos por medio de un terreno que les es familiar y que permite que se den cuenta de que convertirse en un cristiano no es como cometer suicidio intelectual. Debemos leer ampliamente, incluyendo algunos periódicos como también los clásicos.
- La lectura fortalece nuestra habilidad de cosechar verdades de la Palabra de Dios.
Cuando Pablo, el viejo guerrero, estaba en el calabozo esperando la muerte, le pidió a su amigo que le trajera—
«el abrigo que dejé con Carpo en Troas. . . también mis libros y especialmente mis pergaminos». (2 Timoteo 4:13)
El término «pergaminos» se refiere a los manuscritos sagrados, copias de la Escritura. Pero ¿qué de los «libros»? ¿Qué libros? Obviamente, esos volúmenes que estuvo leyendo antes de su encarcelamiento. Hasta la muerte, ese hábil vocero de Dios —ese maestro de la lógica— estaba leyendo. Ciertamente hubiera estado de acuerdo con John Wesley:
¡O lees, o salte del ministerio!
¿No encuentra tiempo para ello? Vamos, ahora. . . ¿ni siquiera quince minutos? ¿No sabe dónde empezar? ¿Qué de la biblioteca? Casi todo pueblo tiene una. También hay en muchas iglesias. ¿Por qué no sorprender a la bibliotecaria y pasar por allí el domingo?
Es probable que hasta tengan libros con dibujos dentro de ellos. (Para sus niños, ¿cierto?)
Tomado de Come Before Winter and Share My Hope, Copyright © 1985, 1988, 1994 por Charles R. Swindoll, Inc. Todos los derechos reservados mundialmente. Usado con permiso.