1 Tesalonicenses 4:13-18

Nunca olvidaré la noche en que falleció mi papá.

Se fue de la misma manera en que había vivido. Silenciosamente. Con dignidad. Sin demandas ni palabras cortantes o siquiera con el ceño fruncido, se rindió —un caballero cansado, frágil y humilde —a los brazos de su Salvador. La muerte, el enemigo maldito y egoísta del hombre, ganó otra batalla.

Mientras yo le quitaba el pelo de su frente y le daba un beso de adiós, cientos de recuerdos de mi infancia daban vueltas en mi cabeza.

  • Cuando aprendí a andar en bicicleta, él estuvo allí.
  • Cuando luché con la tabla de multiplicar, su ingenio veloz quitaba la molestia.
  • Cuando descubrí la aventura de conducir un carro, él estuvo cerca, animándome.
  • Cuando conseguí mi primer trabajo (repartiendo diarios), él me informó sobre cómo podría incrementar mi clientela y ganar el premio. ¡Funcionó!
  • Cuando mencioné que había una joven mujer con quien me había enamorado, él me llevó aparte y me habló sin rodeos sobre mi responsabilidad por el bienestar y la felicidad de ella.
  • Cuando cumplí un periodo de servicio en el cuerpo de la Marina, la disciplina que había aprendido de él hizo que la transición fuera más fácil.

De él aprendí cómo usar una red para pescar camarones. Cómo capturar el pez platija y pescar trucha y escorpina. Cómo abrir las ostras y preparar la sopa de cangrejo. . . y chile con carne. . . y palomitas de maíz. . . y cómo hacer balsas usando las gomas inflables de llantas viejas y sacos de yute. Me mantenía maravillado constantemente por su habilidad de hacer cosas como atar telas frágiles dentro de las viejas linternas, mantener un fuego encendido en la lluvia, tocar la armónica con sus manos detrás de la espalda y conseguir que sus tres hijos de voluntad firme no despedacen la casa.

Aquella noche me di cuenta de que a él le debía mi profundo amor por los Estados Unidos. Y el saber cómo cuidar a mi esposa con ternura. Y poder reír ante las imposibilidades. Y por algunos de los hábitos que he aprendido, como acercarme a la gente con un espíritu positivo en vez de uno negativo, seguir con una labor hasta que sea completada, cuidar bien mis pertenencias personales, mantener mis zapatos bien lustrados, hablar claramente en vez de mascullar, respetar a la autoridad y permanecer solo (si fuera necesario) en apoyo a mis convicciones personales en vez de ceder ante las opiniones más populares. Por estas cosas tengo una deuda profunda con el hombre que me crio.

Hoy, ciertos olores y sonidos me recuerdan en el instante a mi papá. Guiso de ostras. La brisa del océano. El humo de un puro costoso. El sonar nostálgico de una harmónica. Una linterna para acampar y el gas blanco. La cera para el carro. Canciones divertidas de las décadas de los 30s y 40s. El olor del césped recién cortado. Un silbido agudo de un padre a sus hijos cerca de la hora de cenar. Y la loción para después del afeitado marca Old Spice.

Siendo que un padre tiene un impacto tan permanente en su familia, creo que entiendo mejor que nunca lo que las Escrituras querían decir cuando Pablo escribió:

Los amamos tanto que no solo les presentamos la Buena Noticia de Dios, sino que también les abrimos nuestra propia vida. Y saben que tratamos a cada uno como un padre trata a sus propios hijos. Les rogamos, los alentamos y les insistimos que lleven una vida que Dios considere digna. Pues él los llamó para que tengan parte en su reino y gloria». (1 Tesalonicenses 2:8, 10-11)

Hay que reconocer que mucha de la enseñanza de mi papá fue indirecta —modelada en vez de ser declarada de manera explícita. No recuerdo sus abiertas declaraciones de amor tan claramente como las demostraciones que hizo. Su vida giraba alrededor de mi madre, la delicia y el deleite de su vida. De eso estoy seguro. Cuando ella partió más de nueve años antes, algo murió en él también. Por lo que —ha sido unida a ella y están, juntos, con nuestro Señor. En la más unida de compañerismos que uno se pueda imaginar.

En esto mi hermana, mi hermano y yo encontrábamos nuestro consuelo más grande: ellos están para siempre con el Señor —liberados eternamente del dolor del envejecimiento y la muerte. Seguros en Jesucristo el Señor. Ausentes del cuerpo y en casa con Él. Y uno con el otro.

Aquella noche dije adiós. Usted creería que hubiera sido fácil, ya que su enfermedad persistió por más de tres años. Cuan claramente recuerdo el domingo en que sufrió el primero de una serie de accidentes cerebrovasculares mientras yo estaba predicando. Dios le concedió varios años más para que nos enseñara a muchos de nosotros a apreciar las cosas que tenemos la tendencia de tomar por sentado.

Él deja en su legado una Biblia bien marcada que atesoro, una serie de sentimientos que me son necesarios para profundizar mis raíces y mil recuerdos que me consuelan al reemplazar la negación con la aceptación y la alabanza.

Espero el abrir de la puerta del cielo en un futuro no tan distante. También lo hacen otros cristianos, quienes esperan con ansias el regreso de Cristo. La mayoría de ellos anticipa oír el suave pulsar de un harpa o el agudo sonar de una trompeta.

Pero yo no. Escucharé el gemir nostálgico de una armónica. . . sostenida en las manos del hombre que murió esa noche. . . ¿realmente murió? Los recuerdos son tan frescos como la salida del sol esta mañana.

Tomado de Come Before Winter and Share My Hope, Copyright © 1985, 1988, 1994 por Charles R. Swindoll, Inc. Todos los derechos reservados mundialmente. Usado con permiso.