Números 11: 24-30

Estos jóvenes tenían celos por el papel de Moisés. Ellos dijeron: «Moisés, no puedes permitirles que se salgan con la suya. El profeta eres tú. ¿Por qué Eldad y Medad están haciendo eso? ¿Quiénes se creen que son, profetizando de esa manera? Solo tú puedes hacer eso». Josué dijo: «General Moisés, póngale fin a eso».

Me encanta que Moisés fuera más amplio de criterio que ellos. Le responde tranquilamente, sin el menor asomo de celos: «¿Tienes tú celos por mí? ¡Ojalá que todos fuesen profetas en el pueblo del Señor, y que el Señor pusiese su Espíritu sobre ellos!» (v. 29). A eso se le llama falta de egoísmo. No había ni una pizca de celos o de inseguridad en este hombre de Dios.

¿Está usted buscando santidad? ¿Quiere ser valioso ante Cristo? ¿Le ha dotado Dios para servir? Si es así, en algún momento se enfrentará al peligro de los celos, al sentimiento de ser «indispensable» a algún ministerio particular. Algunos a su alrededor plantarán semillas de celos en su corazón, que le tentarán a sentirse indispensable. Usted pensará: ¿Qué está haciendo esa mujer aquí? Yo podría enseñar mejor que ella. O: Hay que vigilar a esa persona. Está tratando de quitarme el puesto. Todo el mundo sabe que el líder soy yo. O: No puedo permitirme retirarme por ahora. Yo comencé esta organización. ¿Alguna vez escuchó estas palabras o algo parecido? ¿Alguna vez se las ha dicho a sí mismo? Esas son las palabras de los celos mezquinos y de la orgullosa indispensabilidad.

¡Escúcheme! Todo el mundo puede permitirse retirarse si Dios ha sido entronizado. Algunas de las personas más celosas y más desconfiadas del mundo son las figuras públicas supuestamente cristianas enamoradas de su propia fama. Para ellas, es vital vanagloriarse de su relación con las personas importantes, ser vistas con esas personas, y que los demás piensen bien de ellas. Se mueren por la fama. ¡Y Dios libre a quienes se atrevan a hacerles la competencia!

Usted no es indispensable. Yo no soy indispensable. Nadie es indispensable, excepto el Señor Jesucristo. Él es la cabeza. Él es el preeminente. Él es el fundador. Él está en el primer lugar. Y cuando él saca a alguien y trae a otro, o rebaja de rango a alguien y pone a otro, el Señor es quien manda. Ese es su soberano derecho. El problema surge cuando nos ponemos a pensar que nosotros somos los soberanos. Hermano mío, el Señor le puso a usted donde Él quiso que estuviera. Él le dio ese trabajo. Y puede quitárselo tan rápido como se lo dio. Haga su trabajo con fidelidad, mantenga un bajo perfil, y exalte a Cristo en todo.

Adaptado del libro, Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2019 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.