1 Corintios 2:12-16

Hay un proverbio persa que suena más como un trabalenguas que un consejo sabio. En la escuela secundaria, mi profesor de oratoria nos hizo memorizarlo por razones obvias:

El que no sabe, y no sabe que no sabe, es un necio; evítalo.
El que no sabe, y sabe que no sabe, es un niño; enséñale.
El que sabe, y no sabe que sabe, está dormido; despiértalo.
El que sabe, y sabe que sabe, es sabio; síguelo.

Estos cuatro «tipos» pueden ser hallados en toda institución educacional, cualquier negocio, en todas las vecindades y dentro de cada iglesia. No lucen insignias en sus chalecos, ni se presentan como tales. Nunca se le acercará alguien para darle la mano y decirle: «Hola, soy Ronaldo. Soy un necio». Las probabilidades son altas de que lo último que esa persona querrá que usted descubra es la verdad que lleva muy dentro, de que «no sabe que no sabe».

Entonces, ¿de qué manera vamos a saber a quién evitar, a quién enseñar, a quién despertar y a quién seguir? La respuesta es: discernimiento. La habilidad y certeza para analizar el carácter. La habilidad para detectar e identificar la pura verdad. Para ver debajo de la superficie y de manera correcta «evaluar» la situación. Para leer la entrelínea de lo visible. ¿Es esta una característica valiosa? Responda usted mismo. Cuando Dios le dijo a Salomón que pidiera un deseo, cualquier deseo, y que le sería concedido, el rey respondió:

«Dame un corazón comprensivo para que pueda gobernar bien a tu pueblo, y sepa la diferencia entre el bien y el mal». (1 Reyes 3:9)

Hasta el día de hoy, ¿quién no sabe de la sabiduría de Salomón? Pablo nos informó que el discernimiento es una característica que acompaña la espiritualidad genuina (1 Corintios 2:14-16). El escritor de Hebreos 5:14 lo llamó un indicio de madurez. El discernimiento le provee a uno un marco de referencia adecuado, una línea definitiva separando el bien del mal. En la vida, actúa como un árbitro y suena el silbato ante lo falso. Es tan meticuloso como un patólogo que mira por un microscopio. El discernimiento selecciona y escoge sus citas con sumo cuidado. No se deja engañar por aparentadores

. . . ni coquetea con insinceros
. . . ni baila con engañadores
. . . ni se despide a besos con falsificadores.

Pensándolo bien, el discernimiento preferiría relajarse a solas de noche con el Buen Libro, en lugar de meterse en líos con la pandilla maleable. Mire, usando ese Libro es la manera cómo el discernimiento aprende a distinguir entre los necios y los niños. . . entre los adormecidos y los sabios.

Antes de que comience a recitar el viejo estereotipo, «¡Pero eso no suena muy amable!», es mejor que mire de nuevo el consejo de Juan. Usted recuerda a Juan. Él es el personaje conocido por su tierno amor por Jesús. Él escribió: «Queridos amigos, no les crean a todos los que afirman hablar de parte del Espíritu. Pónganlos a prueba para averiguar si el espíritu que tienen realmente proviene de Dios» (1 Juan 4:1). En el lenguaje de hoy: «Deja de creer todo lo que escuchas. Deja de ser convencido tan fácilmente. Sé selectivo. Piénsalo. ¡Disciérnelo!».

Tomado de Come Before Winter and Share My Hope, Copyright © 1985, 1988, 1994 por Charles R. Swindoll, Inc. Todos los derechos reservados mundialmente. Usado con permiso.