2 Reyes 2: 12—15; Mateo 17:1-13

La meta más grandiosa del cristiano es ser como Cristo. Queremos emular su vida ejemplar, imitar su método de enseñanza, resistir la tentación como Él la resistió, manejar los conflictos como Él lo hizo, y concentrarnos en la misión que Dios nos llama a cumplir, de la misma manera que Cristo se concentró en ella. Nuestro deseo, en verdad, es tener con el Padre la misma intimidad que tuvo el Hijo durante todo su ministerio y sufrimiento. No hay mejor cumplido que el que otras personas digan de nosotros que: «Cuando estoy con esa persona, es como si estuviera en la misma presencia de Jesús».

A través de este estudio de la vida de Elías, varias veces pensé en lo mucho que se pareció la vida de este hombre al Mesías que habría de venir. Por la manera que pasaba el tiempo a solas; por la valentía que demostró en presencia de su enemigo al comunicarle el mensaje de Dios; por el poder que mostró cuando fue necesario un milagro para convencer a su público de que él era un hombre que tenía un mensaje de Dios, del único Dios verdadero; por la compasión que demostró cuando se ocupó del sufrimiento de la viuda resucitando a su hijo; e incluso por la angustia que sintió en su propio Getsemaní cuando tuvo una lucha en su alma; y finalmente, por lo mucho que se pareció a Cristo en su partida; mientras otros observaban, fue llevado al cielo frente a sus ojos.

¿Es de sorprenderse, entonces cuando nuestro Salvador les preguntó a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?», la respuesta de algunos fuera: «Elías»? ¡Por supuesto que no! No es de extrañarse, porque sus vidas fueron semejantes en muchos aspectos. Y cuando aparecieron los dos hombres delante de Jesús y de los tres discípulos en el monte de la Transfiguración, uno fue Moisés, y el otro fue nada más ni nada menos que Elías (Mateo 17:3).

La heroica y humilde vida de Elías nos invita a ser como Cristo, a levantar nuestros ojos de las penalidades y miserias de hoy, para que dirijamos nuestra atención a la gloria y a la esperanza de otros mundo. ¡El mundo de Emanuel! y en esa disposición de ánimo, redirigiremos nuestra mirada de quien recibe la gloria a aquel que da la gracia. Luego, al estar totalmente enfocados en Él, en nuestro Rey de gracia, en el tierno Cordero de Dios; los anhelos más profundos de nuestra alma serán satisfechos.

Si usted compara su vida con Cristo, ¿qué tan larga sería su lista de características comunes?

Adaptado del libro, Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2019 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.