Sofonías 3:8-13

El 11 de marzo, 1942, fue un día oscuro y desesperante en Corregidor. El teatro de operaciones de guerra del Pacífico estaba amenazante y con pocas perspectivas. Una isla tras otra había sido forzada a someterse. Ahora el enemigo estaba en marcha hacia las Filipinas de manera confiada y metódica como una banda estrella en el desfile de las rosas. La rendición era inevitable. Douglas MacArthur, el brillante y valeroso soldado, solo tenía dos palabras para sus compañeros cuando subió al barco de escape con destino a Australia:

«YO REGRESARÉ».

Nueve días más tarde, al arribar al puerto de Adelaide, el estadista militar de 62 años cerró sus comentarios con esta frase:

«PASÉ POR ALLÍ Y YO REGRESARÉ».

Un poco más de dos años y medio después —20 de octubre, 1944, para ser exacto— él se paró una vez más en tierra filipina después de arribar de manera segura a la isla Leyte. Esto es lo que dijo:

«Esta es la voz de libertad, quien habla es el General MacArthur. Gente de las Filipinas: ¡YO HE REGRESADO!»

MacArthur cumplió su palabra. Su palabra era tan confiable como su promesa. Sin importar las probabilidades que había en su contra, incluyendo las presiones y el poder de la estrategia enemiga, él estaba determinado y comprometido a cumplir su promesa. Este tipo de hombre es escaso y se halla casi en extinción. Sea ejecutivo o aprendiz, estudiante o profesor, obrero o gerente, cristiano o pagano —en realidad, son escasos los que cumplen su palabra. La prevalencia de este problema ha hecho que se haya generado una expresión que es dolorosamente familiar en nuestra era: brecha de credibilidad. Decir que algo es «creíble» es decir que es «capaz de ser creído, confiable». Referirse a una «brecha» en tal es sugerir que existe una «brecha o razón para dudar».

A menudo, miembros del jurado tienen dudas acerca del testimonio de un testigo en el estrado. Los padres, de igual manera, a veces tiene razón para dudar la palabra de sus hijos (y vise versa). Los ciudadanos a menudo dudan de las promesas de los políticos, y la credibilidad de un empleado es cuestionada por el empleador. Los acreedores ya no pueden creer al deudor cuando hace una promesa verbal de pagar, y muchos cónyuges tienen amplia razón para dudar la palabra de su pareja. ¡Este es un dilema terrible! Pocos son los que hacen lo que dicen que harán sin un recordatorio, una advertencia o una amenaza. Desafortunadamente, esto es cierto aun entre los cristianos.

¿Es eso cierto de usted? Mañana hablaremos más sobre la credibilidad. Por ahora, saboree el ánimo que hay en el mensaje de Dios para Su pueblo en Sofonías 3:8-13 y mastique de manera especial Sus palabras acerca del hablar purificado y verdadero. Que esas palabras lo motiven hoy al más alto estándar de integridad: el estándar de Dios.

Tomado de Come Before Winter and Share My Hope, Copyright © 1985, 1988, 1994 por Charles R. Swindoll, Inc. Todos los derechos reservados mundialmente. Usado con permiso.