Salmos 131

La canción de David preservada para nosotros como el Salmo 131, continúa diciendo que él no ha andado en «pos de grandezas ni de cosas demasiado sublimes para mí». Lo que él quiere decir es que no andaba buscando lugares de prominencia ni grandeza. Reconoce sus propias limitaciones ya que ha hecho una evaluación honesta de su conocimiento y sus aptitudes y por ello sabe que no tiene que aparentar. Sencillamente no tiene nada que probarle a nadie. David no solamente está dispuesto a hacerlo, sino que le complace la idea de no tener que estar en una plataforma pública buscando el aplauso inconstante de la gente.

Esto me recuerda otro gran hombre de Dios, Moisés. Según Hechos 7:22, Moisés fue educado en las escuelas más importantes de Egipto. Fue dotado con una personalidad poderosa. Era un hombre impresionante. Moisés era un guerrero valiente brillante y si se puede decir hasta heroico. Para muchos era claro que él estaba destinado a ser el faraón de la tierra. A los cuarenta años, sin embargo, mató a un egipcio e intentó liberar a su pueblo (los judíos) por sus propios medios. Éxodo 2:11-15 nos cuenta toda la historia. Debido a ello, él tuvo que huir de Egipto hasta el desierto de Madian, un lugar seco, candente y olvidado. Allí vivió junto a otros pastores por otros cuarenta años, sin ningún reconocimiento y sin ningún aplauso. Piénselo. Moisés, un miembro prominente de la familia real, se pasó cuarenta años sin dirigir a nadie más que a un rebaño de ovejas, totalmente separado de la gente. F. B. Meyers escribe lo siguiente acerca de esta experiencia:

«Moisés estaba desconectado de Dios (en Egipto). Así que él huyó y cruzó el desierto que se encontraba entre él y la frontera oriental; recorrió las montañas de la península del Sinaí, y terminó cansado sentándose al lado de un pozo en la tierra de Madian. Allí comenzó una vida silenciosa como pastor en esa tierra maravillosa que en más de una ocasión le sirvió como una escuela divina. Experiencias así no les suceden a todos. Nos apuramos pensando que todo marcha bien; tomamos ciertas decisiones que son en vano; nos enfrentamos con la decepción y empezamos a temer las muestras de desaprobación humana; huimos de los lugares que nos exponen y nos escondemos en las cuevas del olvido. Allí nos encontramos con la presencia de Dios y lejos del orgullo del hombre. Allí es donde nuestra visión se aclara, donde el cieno se despega de la corriente de nuestra vida tal como el Ródano mientras pasa por las aguas profundas del lago de Ginebra; nuestro ego muere; nuestro ser toma del río de Dios el cual está lleno de agua; nuestra fe comienza a asirse de su brazo y a ser el canal donde se manifiesta su poder y de allí nos convertimos en su mano para dirigir un éxodo».

Moisés no eligió dejar su vida próspera y cambiarla por la de un pastor desconocido; su propia ambición lo llevó a la humillación. Afortunadamente, el Señor utilizó esa experiencia para ayudarle al futuro líder para que obtuviera humildad. Hay una gran diferencia entre ser humillado y volverse humilde. Dios utilizó el fracaso de Moisés para moldear a uno de los líderes más grandes que el mundo haya conocido.

A diferencia de Moisés, David tomó la decisión consciente de no involucrarse en asuntos de grandeza o de clamor público. Al menos por un tiempo, él quería tener una vida de soledad y meditación.

Afirmando el alma: Nuestro mejor momento para aprender es cuando somos humildes. De hecho, la disposición para aprender es una cualidad vital en una persona humilde. ¿Recuerda alguna experiencia que le ha vuelto humilde? ¿Algo bueno resultó de este periodo de humildad? En vez de esperar que una circunstancia nos humille, ¿por qué no pedirle a Dios que nos dé una actitud de humildad? ¿Le pone esto nervioso? Si es así, ¿por qué?

Adaptado del libro, Viviendo los Salmos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2013). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2019 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.