Hechos 9: 26—30

El segundo acto del drama comienza con: «Cuando fue a Jerusalén . . . » (v. 26). ¡Jerusalén! Saulo pertenecía a Jerusalén. En esa gran ciudad hizo sus estudios superiores. El hombre conocía la ciudad como la Palma de su mano, cada callejuela, cada estrecho corredor, cada ruta de escape. Conocía prácticamente todo lo que tuviera alguna importancia. ¡Qué lugar para volver a iniciar su Ministerio Público! «Traigan Los micrófonos. Prendan todas las luces. Fariseo convertido en evangelista se presentará en el auditorio del centro de Jerusalén. ¡Vengan a oírlo! ¡Vengan a escuchar la predicación de este hombre!». ¡Qué! No hubo nada de eso.

En vez de eso, lo que leemos es: «Intentaba juntarse con los discípulos; y todos le tenían miedo, porque no creían que fuera discípulo» (v. 26). Fue rechazado de nuevo, solo que esta vez lo hicieron aquellos que él más quería alcanzar. El temor se interponía entre ellos y el apasionado y talentoso predicador.

Era comprensible. ¿Cómo no tenerle miedo? Él había matado a varios hermanos cristianos, Algunos de los cuales pudieron haber sido sus parientes. Pensaban que Saulo era un espía, parte de un bien pensado engaño para atraparlos y llevarlos a juicio. «¿Saulo? Ni pensarlo. A ese no lo queremos entre nosotros».

¿Ha sentido usted alguna vez el dolor de esa clase de rechazo? ¿Ha tenido usted alguna vez la experiencia de que debido a haber tenido un historial tan malo la gente no quiera tener contacto con usted ni aceptarlo en su comunidad? (¿Ni recibirlo de nuevo?). Eso sucede todo el tiempo. las personas son rechazadas por su pasado. La carga que arrastran cuando entran a la vida cristiana les impide disfrutar de lo que debería ser una aceptación instantánea. El rechazo es a veces insoportable. Usted dirá: «Sí, yo sé lo que es eso, y estoy tratando de dejar atrás esos recuerdos, muchísimas gracias». No, no olvide esos tiempos. Esos dolorosos recuerdos son parte del misericordioso plan de Dios para liquidar su tenaz espíritu de independencia. Ellos han llegado a ser parte fundamental de su historia, de su testimonio en cuanto a la gracia de Dios.

Por fortuna, en medio de esos tiempos, Dios nos da fielmente personas no tan conocidas que se acercan a nosotros para decirnos: «Yo estoy contigo. Permíteme que te ayude en esto que estás viviendo». Eso fue exactamente lo que le sucedió a Pablo en Jerusalén. Alguien vino en su ayuda, voluntariamente. No tenía que hacerlo, pero quiso hacerlo. Su nombre . . . Bernabé, el consolador.

Adaptado del libro, Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2019 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.