Introducción

El ministro puritano Richard Baxter advirtió acerca del efecto emocional de cargar culpabilidad innecesaria: “Ese pesar, aun por el pecado, puede ser demasiado. Ese pesar demasiado se lo tragó.”1 En su maravilloso inglés antiguo, el reverendo Baxter capturó los sentimientos de las personas que no han experimentado el perdón. Pesadumbre sobre pecados pasados los lleva a una tristeza profunda. La culpabilidad se los traga, y ellos se sienten como si se estuvieran ahogando.

Como creyentes, muchos de nosotros comprendemos intelectualmente lo que significa ser perdonados. Sabemos que la muerte de Cristo hace expiación por nuestros pecados. Poniendo nuestra fe en Él, somos salvos a una relación eternal con nuestro Señor que nunca cambia. Aunque todavía podemos pecar después de volvernos cristianos, sabemos que cuando vamos al Señor con un corazón arrepentido, confesándole nuestro pecado, Él nos lava de nuestro pecado. La primera carta de Juan nos dice que cuando confesamos nuestro pecado, Dios “es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).

Pero algunas veces las personas descubren que no pueden encontrar ese sentido de reconciliación con Dios. No importa cuantas veces confiesan y después de hacer todo lo que pueden por reparar el daño de su pecado, todavía se sienten que no pueden ser perdonados. Puede parecer que sus pecados, tales cosas como el divorcio, el aborto, el adulterio, van más allá del perdón de Dios. Ellos continúan cargando el peso de su culpabilidad con ellos día tras día, agobiados por un sentido de distancia permanente en su relación con el Señor. Quizás las aguas de la culpabilidad han pasado sobre usted, y usted siente que se está hundiendo en pesar y remordimiento. ¿Qué puede estar previniéndole que se mueva más allá de su pasado y se sienta perdonado?

Yo he observado cinco maneras de pensar erróneas que son comunes entre aquellos que batallan con pecados pasados. Atravesar esa “barreras” de pensamiento es el primer paso en el camino a sentirse perdonado . . . y libre.

Barrera #1: “Lo que yo he hecho es demasiado malo. Yo sé que Dios perdona, pero yo no puedo ser perdonado por esto.”

Esta barrera atrapa a muchos creyentes sinceros porque da una apariencia muy fuerte de tristeza sobre el pecado. Se siente como una respuesta justa; no queremos menospreciar la gravedad de nuestro pecado.

Sin embargo, una mirada sincera a la frase anterior nos muestra que en realidad no es humilde ni es cierta. De hecho, implica que la muerte de Cristo no fue suficiente para pagar por todo pecado. Es como si estuviéramos diciendo, “Quizás su expiación cubre los pecados del resto del mundo. Pero la muerte de Jesús no puede cubrir esto.” Hemos hecho que nuestro pecado en particular sea singularmente malo y que el pago de Jesús sea inadecuado.
¡Qué lejos está eso de la verdad! Si nuestro pecado es una excepción al perdón de Dios, entonces las Escrituras mienten porque declaran que “Todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo”, (Romanos 10:13). ¡Sin excepción!

La verdad es que nuestro pecado no es peor (ni mejor) que los del resto de la humanidad. Todo pecado es maldad a los ojos del Señor. Pero la muerte de Cristo es suficiente (vea Col. 1:20-21, Heb. 7:24-25). Es más que suficiente, muchas, muchas veces más, para cubrir todo lo malo que jamás hemos hecho y que podamos hacer. Ningún pecado está por encima del perdón de Dios.

Barrera #2: “Yo necesito castigarme a mí mismo por mis pecados para poder ser perdonado.”

Tenemos un deseo natural de pagar por nuestros pecados. Lógicamente, comprendemos que las malas acciones merecen un castigo, y podemos sentir una rara satisfacción en ser castigados (¡o castigarnos nosotros mismos!) por nuestros pecados. Nuestro sentido de culpabilidad y de rechazo se vuelve la penitencia por nuestros pecados para ganar el favor de Dios de nuevo.

Es cierto que nuestros pecados merecen un castigo terrible, el cual Cristo sufrió por nosotros. No es cierto que debemos añadir nuestro propio castigo al de Cristo. El dolor personal no añade valor de expiación al sacrificio de Cristo. Nuestro perdón vino a un costo muy alto para nuestro Señor, y este costo es más que suficiente para pagar por lo que hemos hecho. Aunque debemos hacer reparación cuando le hemos hecho daño a otra persona, no debemos torturarnos continuamente cuando el Señor ya nos ha perdonado. Jesús ha pagado nuestro castigo. No podemos añadir al sacrificio de Cristo por nuestros pecados.

Barrera #3: “Yo sé que Dios me ha perdonado, pero eso no importa. Yo no me puedo perdonar a mí mismo.”

De nuevo, esta parece ser una respuesta muy justa. Parece frívolo aceptar sencillamente el perdón de Dios y “descartar” nuestro pecado. Intelectualmente, podemos saber que la muerte de Cristo es suficiente para pagar por nuestros pecados, pero eso no importa. Sabemos qué tan equivocados estábamos; demasiado equivocados para salir del aprieto tan fácilmente.

Pero cuando observamos detenidamente esta barrera de pensamiento, nos damos cuenta que esta respuesta no es justa. Al contrario. Al decir que no nos podemos perdonar a nosotros mismos, elevamos nuestro juicio por encima del juicio del Señor. Pensamos que sabemos mejor que Él; Él pudiera perdonar rápidamente, pero nosotros no somos tan sencillos. Pero ¿qué derecho tenemos de retener algo que Dios ha liberado? ¿Pensamos que Él no sabe todos los detalles sucios de cada pecado? ¿Somos más sabios que Él? Si Él lo ha olvidado, ¿por qué pensaríamos que es más honorable retenerlo?
Desde este punto de vista, la locura de esta barrera es mucho más clara. Las Escrituras nunca nos dicen que nos perdonemos a nosotros mismos. Cuando tratamos de “perdonarnos” a nosotros mismos, estamos tratando de hacer lo imposible. El perdón asume que un partícipe inocente ha sido agraviado, y es la labor de la persona que ha sido agraviada perdonar. El partícipe ofensor es el que recibe el perdón.

Nosotros somos los ofensores; Dios es el que ha sido agraviado, ya que el pecado es rebelión contra Él. Al concentrarnos en perdonarnos a nosotros mismos, hemos quitado el enfoque de Dios y lo hemos puesto en nosotros, ¡haciéndolo doblemente difícil de soltar nuestro pecado!. Él nos ha perdonado. Debemos sencillamente recibir ese perdón y descansar en eso. Esto significa liberar esos pecados que queremos retener, rehusando visitarlos de nuevo en nuestras mentes, y permitiendo que la verdad de nuestro perdón nos cubra con Su paz. La absolución del Señor es mucho más poderosa que la absolución de nosotros mismos.

Barrera #4: “Como aún estoy sufriendo los efectos de mi pecado, Dios no me debe haber perdonado todavía.”

Es difícil confundir las consecuencias naturales con el castigo de Dios, sin embargo, son diferentes. Si usted salta de un lugar elevado, se puede torcer un tobillo. Dios no causó que su tobillo se torciera para castigarlo. La gravedad lo llevó a tierra (¡y rápidamente!). Su dolor es sencillamente una consecuencia de su acción.

De la misma manera, los pecados por los cuales hemos sido perdonados hace tiempo pueden aún tener consecuencias en nuestras vidas. Puede ser difícil llevarnos bien con una ex esposa. Podemos entristecernos cuando llegue la fecha en que un bebé que fue abortado debería haber nacido. Podemos sufrir heridas del accidente que ocurrió cuando estábamos bebiendo. Pero ninguno de esos problemas representan el castigo de Dios. De acuerdo a Romanos 5:9-10, Dios nos salva de su ira:

Habiendo sido ahora justificados por su sangre, seremos salvos de la ira de Dios por medio de Él. Porque si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, habiendo sido reconciliados, seremos salvos por su vida.

Nuestro castigo ha sido pagado en Cristo. Como creyentes, somos perdonados de nuestras acciones y preciados por el Señor, aun cuando las consecuencias de esas acciones permanezcan en nuestras vidas.

Barrera #5: “Dios ha permitido demasiado sufrimiento en mi vida; Yo no puedo perdonar a Dios por lo que él ha hecho.”

La persona batallando con esta última barrera normalmente ha sufrido muchísimo.. El dolor de las pérdidas en la vida puede sentirse abrumador, y la respuesta instintiva puede ser arremeter contra el Dios Soberano por no detenerlo.

Pero cuando estamos enojados con el Señor, nos separamos de Aquel que verdaderamente puede sanar nuestras heridas. El salmista ha dicho, “Nuestro Dios está en los cielos; Él hace lo que le place” (Salmo 115:3). El Señor tiene el derecho de permitir dificultades en nuestras vidas. En su sabiduría Él ha elegido esperar antes de eliminar todo el dolor de la tierra. Como resultado todavía sufrimos de las consecuencias de vivir en un mundo caído, de los pecados de otros, y de nuestro propio pecado. Sabemos que al final la justicia de Dios prevalecerá. Mientras tanto, podemos experimentar sufrimiento.

Algunos consejeros bien intencionados pudieran decir que usted necesita “perdonar a Dios” por las cosas que usted ha sufrido. Sin embargo, nunca en las Escrituras se nos pide perdonar a Dios. Dios no nos ha hecho ningún mal. En última instancia, Dios es el único partícipe verdaderamente agraviado, y Él es el único que es realmente inocente. Somos nosotros los que hemos pecado contra Él. En su gracia, Él ha elegido pagar el castigo por nuestros pecados por sí mismo y salvarnos. Si usted está guardando enojo contra el Señor, permita que Su gracia derrita su amargura. Solamente sometiéndose a Él encontrará paz.

Así que, ¿qué hacemos con la culpabilidad?

Después que sobrepasamos estas barreras de pensamiento, el siguiente paso es comprender la culpabilidad desde la perspectiva de Dios. ¿Qué se supone que ocurre cuando pecamos?

Cuando hacemos algo malo, ¡nos debemos sentir mal! Ese es el propósito de la conciencia que Dios nos da. Pero las Escrituras hablan de dos clases de culpabilidad o tristeza sobre el pecado, una que debemos perseguir, y una que debemos evitar.

Porque la tristeza que es conforme a la voluntad de Dios produce un arrepentimiento que conduce a la salvación, sin dejar pesar; pero la tristeza del mundo produce muerte. (2 Cor. 7:10)

Tristeza conforme a la voluntad de Dios y tristeza del mundo. La primera nos lleva a la vida, pero la segunda nos empuja a una tumba espiritual. La tristeza del mundo solamente se lamenta de haber sido atrapada o llora por lo que se ha perdido. Nunca se aflige por el daño cometido. La tristeza conforme a la voluntad de Dios produce resultados diferentes. Cuando experimentamos tristeza conforme a la voluntad de Dios, estamos profundamente afligidos por el daño que cometimos. Deseamos pedir perdón, reparar el daño, hacer reparación por el mal que hemos hecho; no sencillamente para protegernos del dolor o ganar de nuevo lo que no queríamos perder. En pocas palabras, nos arrepentimos.

El arrepentimiento es apartarse del pecado y regresar a Dios. La verdadera culpabilidad nos pone de pie y nos motiva a hacer lo correcto. Pero note la parte central del pasaje anterior, porque es fácil de pasar por alto. “La tristeza que es conforme a la voluntad de Dios . . . sin dejar pesar.” No debemos ser como un disco rayado, regresándonos a un pecado pasado una y otra vez, sino que debemos movernos adelante con el Señor. Imagínese si Pablo hubiera revivido constantemente su terrible pasado: ¡Él perseguía y aprisionaba a los cristianos! Si él se hubiera aferrado a sus pecados, seguramente no hubiera sido el ministro poderoso que encontramos en las Escrituras.(vea 1 Tim. 1:12-16).

Hay descanso en dar la vuelta y arrepentirse.

En nuestra batalla a través de las heridas y los dolores de la vida, debemos aferrarnos con todo nuestro corazón a las enseñanzas de las Escrituras respecto al perdón. El verdadero perdón está disponible para todas las personas; un perdón que satisface nuestra ansiedad más profunda de ser limpio por dentro y por fuera. A través de Cristo, todos nuestros pecados han sido pagados. El plan de Dios es que nuestra tristeza, o culpabilidad, acerca de nuestro pecado regrese nuestro corazón a Él. Él desea que nos apartemos de ese pecado, pidamos perdón, tanto a Él como a aquellos que hemos herido, hacer reparación cuando sea posible, y entonces seguir adelante con Él. Necesitamos soltar ese pecado, sin dejar remordimiento mientras continuamos adelante con nuestro Señor.

El camino de la paz es fácil de encontrar. Como el profeta Isaías exhorta a Israel,
En arrepentimiento y en reposo seréis salvos;
en quietud y confianza está vuestro poder. (Isaías 30:15a)

Encuentre usted hoy la fortaleza y la paz del Señor a través de la realidad al igual que de la experiencia de Su perdón.

Puntos de aplicación

1. Vaya ante el Señor diariamente en oración. Pídale que le revele cualquier pecado que necesita ser confesado. Entonces pídale a Él perdón. Trate de no mantener cuentas pendientes con el Señor.