Entre más vivo, más estoy convencido de lo fácil que es dejar escapar momentos irrecuperables. Pensé que había aprendido esta lección cuando Cynthia y yo criamos a nuestros hijos. Pero me estoy dando cuenta de también es verdad ahora que tenemos a nuestros diez nietos. Independientemente de nuestras ocupadas agendas y de nuestras muchas responsabilidades, necesitamos atesorar todos esos preciosos momentos que nuestros hijos nos ofrecen.

Si me permite ser práctico, quisiera hacerle la misma pregunta que precisamente está en su mente en este instante:“¿Y cómo hago eso?” Bueno, me da gusto que haya preguntado. He aprendido que podemos capturar todos aquellos irrecuperables momentos siguiendo estas tres sencillas aplicaciones de dos palabras.

En primer lugar, dé atención. Y con esto me refiero a ver más allá de las necesidades de cada niño; necesitamos dar nuestra total atención al niño. Me gusta la manera en que una mujer lo puso.

En lo particular me impresiona mucho su honestidad.

Nunca les puse atención a mis hijos. Cuando veía sus bocas, notaba lo sucio alrededor de ellas. Cuando veía sus narices, notaba que goteaban. Cuando veía sus ojos, notaba que estaban abiertos cuando deberían estar cerrados. Cuando veía su pelo, notaba que necesitaban un corte de cabello o ser peinados. Nunca observé la cara entera sin antes ofrecerles un consejo.

Por más de veinte años, yo misma me invité a ser parte de sus vidas. Les puse suéteres cuando yo tenía frío, les quitaba las cobijas de sus camas cuando yo tenía calor. Los alimentaba cuando yo tenía hambre, y los ponía en la cama cuando yo estaba cansada. Los ponía en dietas cuando yo estaba gorda. Los llevaba a lugares en auto cuando yo sentía que la distancia era muy larga para caminar. Les decía que tomaban mucho de mi tiempo.

Nunca me percaté, al dedicar mi vida entera a tallar los cuellos sucios de sus camisas, de que la limpieza no se aproxima a lo divino—los hijos sí.1

Véase así mismo por un momento. ¿Se ha convertido en una persona exigente en su hogar? ¿Se ha vuelto en una persona tan delicada, que todo en su hogar debe estar constantemente limpio? ¿Realmente esa nitidez se aproxima a lo divino o es sólo un intento por querer tener el control de todas las cosas? El sucio siempre regresa. Pero honestamente le digo que los hijos quizás nunca regresan. Dele atención a sus hijos. Puede entrenarlos sin necesidad de romperles su espíritu o de degradar su autoestima.

En segundo lugar, tome fotos. Capture esos momentos especiales con su cámara. Cuando empiecen a andar en bicicleta y a duras penas se puedan balancear, tómeles una foto. Cuando rayen las paredes con marcadores, tómeles una foto. Cuando lleven a cenar a la novia por primera vez, busque su cámara. Tomamos fotografías de cumpleaños, graduaciones, y obviamente de bodas, pero a lo que más me refiero es a tomar fotos de los momentos diarios de las vidas de cada uno de sus hijos, los cuales son irrecuperables. Capture permanentemente esos momentos tomando fotografías de ellos. Haga álbumes individuales de cada uno de sus hijos y regáleselos para que cuando ellos tengan sus propios hijos, puedan mostrarles las fotos que usted tomó. Uno captura más que imágenes cuando toma fotografías.

En tercer lugar, ríase más. Se lo digo en serio pues vivimos en una generación de caras largas, siempre estamos tensos. Una de mis contribuciones a mi familia, es el sentido del humor. Y lo seguiré conservando por el resto de mi vida. Quizás ellos no recuerden ninguno de mis sermones, pero espero que siempre recuerden que fui el hombre que tiró a su madre en la piscina, y vivió para contarlo.

La mayoría de los padres con hijos adultos se arrepienten de una cosa. Se arrepienten de no haberse divertido. Los momentos divertidos, son aquellos que los hijos graban en sus memorias. Recuerdan aquellos momentos que sucedieron no como se planeó, o cuando papá se tropezó y tiró su comida en el suelo del restaurante, o cuando mamá, bromeando, hizo que un abogado llamara a papá amenazándolo con demandarlo. Si usted se ríe de momentos como estos, ellos también lo harán. Lamentablemente ellos también se acuerdan del pequeño derrame de leche que se convirtió en una hora de culpabilidad y de burlas. Sin el sentido del humor, usted como padre muy pronto se convertirá en un verdugo. Sus hijos se sentirán incómodos, y en constante tensión al estar cerca de usted . . . y ansiarán volver al tiempo en que no lo estaban. ¡Qué trágica forma de crecer! Suéltese un poco . . . ¡ríase más! Se arrepentirá si no lo hace. La risa en casa comienza con usted.

El tiempo con nuestros hijos y nietos es muy valioso. Es un tiempo irrecuperable. . .nunca llegará otra vez. ¿Mi consejo? Dé atención . . . tome fotos . . . y ríase más.

  1. Erma Bombeck, Family—The Ties That Bind . . . And Gag! (New York: Fawcett Books, 1987), 218–19. Copyright © 2012 by Charles R. Swindoll, Inc.