Poco antes de su muerte el poeta inglés Samuel Taylor Coleridge escribió Youth and Age [Juventud y Vejez] en donde reflexiona sobre su pasado y la fuerza de años pasados.
Para mí, la línea más conmovedora en esta pintoresca obra es la declaración: “La amistad es un árbol que da sombra . . . .”.
¡Cuán cierto . . . cuán terriblemente cierto! Cuando los rayos candentes del sol de la adversidad penetran ardiendo en nuestros días, no hay nada como un árbol que da sombra, un verdadero amigo, que nos da alivio bajo su sombra fresca. Su tronco masivo de comprensión da seguridad mientras que su espeso follaje de amor nos limpia la cara y nos seca la frente. ¡Bajo sus ramas más de un alma desalentada ha hallado descanso!
Permítanme nombrar unos pocos. Elías estaba listo para darse por vencido. Deprimido y amenazado, devolvió su placa de profeta y redactó su renuncia. Dios rehusó aceptarlas. Le dio descanso, buena comida y un “árbol” llamado Eliseo que “le servía” (1 Reyes 19:19-21). Usando la analogía de Coleridge, Elías descansó bajo el “árbol que daba sombra” llamado Eliseo.
Pablo tuvo una experiencia similar. De hecho, los árboles en su vida le sostuvieron significativamente. Hubo un Bernabé que estuvo a su lado cuando todos los demás le huían (Hechos 9:26-27; 11:25-26). Allí estuvo Silas, su compañero de viaje en muchos kilómetros de otra manera solitarios (15:40-41). Cuando se añade el doctor Lucas, y Timoteo, y Onesíforo, y Epafrodito, y Aquila y Priscila, se halla un verdadero bosque de árboles de refugio. Incluso Jesús disfrutó de la compañía de Lázaro, Marta y María. Incluso Él recibió refrigerio bajo estas ramas de refugio en Betania (Juan 11:5).
Pero de todos los árboles que Dios puso junto a sus siervos escogidos, un roble humano se yergue como el más grande, a mi juicio. David se hallaba perseguido y acosado por Saúl enloquecido. Entre Saúl y David, sin embargo, estuvo un árbol de sombra llamado Jonatán. Leal y confiable, Jonatán le aseguró a David: “Lo que deseare tu alma, haré por ti“(1 Samuel 20:4). Sin límites, ni condiciones, ni regateos, ni reservas. Lo mejor de todo, cuando las cosas llegaron a su peor punto, él “vino a David . . . y fortaleció su mano en Dios” (23:16). ¿Por qué? Porque estaba comprometido a los principios básicos de la amistad. Porque le amaba como se amaba a sí mismo (18:1). Fue la clase de amor que hace que los hombres pongan su vida por sus amigos, como Jesús lo dijo (Juan 15:13). No existe mayor amor en este globo.
¿Debajo de las ramas de quién halla usted refrigerio, querido lector? O, me atrevería a preguntar, ¿quién descansa bajo las suyas? Ocasionalmente encuentro a un alma independiente que rehúye de la idea de que necesita tal refugio, pensando que los árboles son para los inmaduros, los nenes espirituales, porque no han aprendido a confiar sólo en el Señor. Es esa la persona que más compadezco, porque sus contactos horizontales son invariablemente superficiales. Lo peor de todo, sus años finales en la tierra los pasará en el punto más solitario imaginable: un desierto candente, y sin árboles.
Así que, entonces, ocupémonos en la tarea de regar, y podar, y cultivar nuestros árboles, ¿lo haremos? ¿Sería más preciso si añadiera sembrar unos pocos? Esperar que crezcan lleva tiempo, como sabe, y a lo mejor usted en realidad necesitará unos pocos cuando el calor suba y los vientos empiecen a soplar.