Juan 19:30

El apóstol Juan relata que de nuevo Jesús gritó a gran voz. Pero note que existe una diferencia. Esta vez, en lugar de lanzar un grito de angustia desesperada, de sus labios salió un grito de victoria gloriosa. No solo se había cumplido el deseo del Salvador. Jesús había logrado Su meta de realizar la expiación por el pecado humano. Todo había resultado conforme al plan de Su Padre. La realización del deseo de Dios fue dulzura para el alma de Jesús y con gran satisfacción proclamó fuertemente Su triunfo diciendo: «¡Consumado es!».

Con gran resolución por la conquista lograda, Jesús lanzó el gri­to que marcaba el fin del apretón de la garra del pecado sobre el alma humana. La obra quedaba terminada. La obligación divina, la necesidad de satisfacer la voluntad de Su Padre quedaba plenamente satisfecha. Juan lo entendió muy bien y el Espíritu Santo quiso que nosotros lo entendamos correctamente.

Para captar el profundo significado de la obra terminada de Cristo debemos primero entender la obligación que tenía delante de Dios. Cristo vino para hacer la voluntad de Su Padre y para cumplir hasta el último detalle todo lo que Dios quería que Él cumpliera.

La voluntad del Padre se cumplió en la expiación realizada por Jesús. Expiación es traducción del término hebreo kapar, que significa «cubrir». Si estudia el Antiguo Testamento notará que Dios escogió esta manera para lidiar con los pecados de Su pueblo en todo ese período. La expiación se llevaba a cabo cuando la sangre de toros y machos cabríos era derramada para «cubrir» (temporalmente) los pecados de los israelitas.

La muerte de Cristo también cumplió la voluntad de Dios respecto a las Escrituras. Como una de las grandes obras maestras del clásico compositor Tchaikovsky, la muerte de Cristo culminó en una sinfonía de movimientos proféti­cos en las Escrituras, todos contribuyendo a un magnífico gran final. Fielmente, con gran obediencia, sin vacilar ni quejarse, Cristo realizó la voluntad de Su Padre.

La muerte de Cristo también cumplió la voluntad del Padre con respecto a la ley. Aunque la ley mosaica enriquecía de muchas maneras la vida de los judíos consagrados, a la larga los aplastaba con sus demandas. Debido a que no era posible que alguien pudiera cumplir todos los mandamientos de Dios a la perfección, la humanidad andaba doblada bajo el peso de la condenación.

Cristo cumplió la voluntad del Padre con respecto a la derrota del diablo. El grito final de Cristo al exclamar «¡Consumado es!» confirmó la eterna sentencia divina sobre Satanás, el enemigo de nuestras almas. La muerte y la tumba, en un tiempo poderosas armas en el diabólico régimen de Satanás, fueron eliminadas de su arsenal por la abru­madora victoria de Cristo sobre el pecado. Con un solo golpe, Dios despojó a Satanás de su poder y selló su destino eterno.

¡La obra de Cristo fue una obra triunfante, una obra realmente terminada!

Tomado del libro, Las 7 Palabras. Publicado por Insight for Living. Copyright © 2020 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.