Juan 19:28-29

El peregrinaje terrenal de Jesús terminó con un sufrimiento tan grande que es imposible imaginarse. La mayor parte del tiempo de aquellos largos días de tentación en el desierto, nuestro Señor los recorrió solo. Fueron horas solitarias las que pasó en oración agonizante entre los olivos, y solitarios también fueron Sus últimos y horrorosos momentos en la cruz.

Las siete profundas expresiones que Jesús pronunció desde la cruz, antes de Su muerte, enfatizan con gran claridad Su indiscutible humanidad. Ellas ilustran claramente que Cristo era uno de nosotros. No cabe duda de que no solo era Dios, sino también plenamente humano.

La quinta expresión de Jesús desde la cruz fue «Tengo sed». Me­diante Sus palabras revela Su intenso sufrimiento físico. Este grito an­gustioso resuena mientras Cristo cuelga suspendido entre el cielo y la tierra, clavado en una cruz y sufriendo duramente por ser un hombre como nosotros. En ese grito lleno de dolor expresa una de las necesi­dades humanas más básicas: la necesidad de apagar nuestra sed.

Pablo nos enseña que Cristo «renunció a Sus privilegios divi­nos» para venir a la tierra. Él se sacrificó y dejó Su posición a la diestra del Padre. Nuestro Señor escogió dejar el lugar alrededor del trono donde los ángeles continuamente proclaman «Santo, Santo, Santo»; Él decidió dejar el lugar donde hasta los serafines se cubren la cara antes que atreverse a mirar al Dios vivo.

El apóstol pintó con impresionante realismo un retrato vivo de la humanidad de Cristo. Nos muestra que en Su humanidad el Hijo de Dios «sintió sed». Como parte de Su sufrimiento por nosotros, Jesús soportó los procesos biológicos que resultaron como producto de Su crucifixión. En forma sorprendente podemos notar que incluso Su sed señalaba el cumplimiento de la profecía acerca de Su muerte, y Juan notó que Jesús habló «sabiendo que todo se había ya consumado».

Tres observaciones prácticas dignas de ser analizadas emergen en este pasaje. Primero, el pasaje muestra la verdadera humanidad de Cristo. El que le había prometido agua viva a la mujer junto al pozo moría sintiendo sed. Esta es la asombrosa paradoja de la encarnación: Dios logró la redención convirtiéndose en un ser humano como los que necesitan ser redimidos.

Segundo, Jesús empezó Su ministerio con hambre y lo terminó con sed. El ministerio del Mesías estaba enmarcado en humanidad. Jesús pasó en el desierto más de un mes sin comida cuando fue tentado por Satanás. Su cuerpo sin duda mostraba las señales de la falta de comida y la exposición a la inclemencia de los elementos. Sin embargo, eso de ninguna manera disminuyó Su deidad. Más bien, reafirmó Su humanidad. La Escritura certifica que fue «tentado en todo como nosotros, pero sin pecado».

Finalmente, el pasaje nos muestra claramente el desprendimiento del Salvador. En toda la odisea que Jesús tuvo que vivir, pensaba en las necesidades de los que lo rodeaban. Esto lo puede notar con claridad aun en Sus últimos momentos de vida pues Sus palabras desde la cruz reflejaban Su amor por los ladrones moribundos y seres queridos afligidos antes que preocupación por Sí mismo. Solo pocos momentos antes de Su muerte, Jesús pensó en Sí mismo y pidió de beber, solo para que le ofrecieran vino barato y descartado.

¡Ojalá que nunca dejemos de asombrarnos de lo que ocurrió con nuestro Señor en la cruz de Cristo, y mucho menos que fue nuestra indignidad lo que la hizo que la cruz existiera!

Tomado del libro, Las 7 Palabras. Publicado por Insight for Living. Copyright © 2020 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.