Mateo 27:45–46

La naturaleza cumplió con su deber esa terrible tarde, proyectando un telón apropiado para la lúgubre escena. Un cielo sin nubes y lleno de luz del sol habría sido incongruente con el drama que se desenvolvía. Así que Dios escogió un trasfondo oscuro para enfatizar las tinieblas del momento. Era el día de la muerte del Salvador del mundo.

El gran misterio yace en la profundidad de la angustia que Jesús expresó en su grito agonizante: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Las tinieblas que Jesús sintió eran reales y palpa­bles cuando Dios el Padre le dio la espalda a Su Hijo, que llevaba so­bre Sí los pecados del mundo. Por un período la gran Luz del Mundo osciló y luego, por un momento se apagó.

Al batallar con este difícil pasaje comprenderemos con mayor claridad el dolor que Jesús soportó debido a nuestro pecado. Tam­bién descubriremos por qué el Padre, en Su plan misterioso y eter­no, permitió que tan oscuras tinieblas ensombrecieran brevemente la maravillosa luz de Su Hijo.

En las tinieblas Jesús lanzó un grito acosador, una pregunta que expresa el profundo sentimiento de abandono que sintió en Su hora de mayor soledad. Pero Dios había guardado silencio antes. Al observar se puede entender con claridad que algo más estaba en juego aquí. Para entender mejor lo que motivó la pregunta de Jesús que parte el corazón echemos un vistazo más de cerca a Sus reveladoras palabras.

Evidentemente los que rodeaban a Jesús oyeron Su agonizante grito desde la cruz. Algunos malentendieron pensando que era un llamado al profeta Elías para que lo ayudara, pero lo que Jesús dijo en realidad venía (véase Salmo 22).

El grito de muerte de Jesús llevaba un tono de desesperación. De hecho, la palabra que usa Mateo es anaboan, que quiere decir «gritar o lanzar un alarido en voz alta». Jesús lanzó Su grito de muerte en arameo, el idioma de Su juventud. Tal vez por esto algunos romanos lo malentendieron. Jesús indudablemente había aprendido de memoria los salmos cuando muchacho.

Si observa con cuidado las palabras de Jesús notará que por pri­mera vez Jesús no llama al Señor «Padre». Más bien, le llama «Dios mío». Aquí surge la primera evidencia de que ha ocurrido un rompi­miento entre Jesús y el Padre, aunque habían existido indesci­frablemente unidos como uno desde la eternidad. Por primera vez en Su vida sobre la tierra, Jesús sintió la separación de Su Padre celes­tial. Pero ¿por qué iba el Padre a abandonar a Su Hijo en momentos en que más necesitaba fuerza y respaldo?

El pecado alienó a la humanidad de la santidad del Padre. En el momento en que Jesús se hizo ofrenda por los pecados del mundo, quedó separado de Dios. Las palabras angustiosas de Jesús hicieron escuchar una voz penetrante concerniente a esta lúgubre realidad. Dios simplemente no puede tener comunión con el pecado.

En Su muerte Cristo experimentó la separación de Dios, que fue la pena final por el pecado y la mayor agonía de todas. Gracias a Él, como creyentes nunca conoceremos tal sufrimiento. Nosotros tenemos la seguridad de que incluso cuando somos probados, Dios jamás nos dará la espalda. Cristo soportó esa agonizante separación de Su Padre para que nosotros jamás tengamos que soportarla.

Tomado del libro, Las 7 Palabras. Publicado por Insight for Living. Copyright © 2020 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.