Lucas 13: 34-35; 19: 41-44; 23: 28-31; Juan 11: 35
La Escritura registra que semanas antes de ir a la cruz, Jesús lloró dos veces. La primera vez ocurrió en Betania, cerca de Jerusalén, cuando se encontraba en la tumba de Lázaro junto con sus amigas, María y Marta.
En esta ocasión, Juan 11:35 registra simplemente: “Jesús lloró”. Somos testigos mudos de este momento tan privado en la vida de Jesús. La palabra que se utiliza aquí para explicar la acción de llorar se emplea sólo una vez en la Biblia y significa “derramar lágrimas”. Es una palabra que describe las lágrimas discretas que ruedan por el rostro de una persona cuando está inmersa en dolor. La palabra más común para llanto se utilizaba para indicar “una expresión fuerte y audible de dolor, una lamentación”. Juan 11:33 nos dice que María lloraba de esta manera mientras se encontraba al lado de Jesús. Sin embargo, las lágrimas de Jesús contenían un sentimiento diferente.
Jesús lloró también el domingo de Ramos mientras realizaba Su entrada mesiánica a Jerusalén, cinco días antes de enfrentar la muerte. Pero esta vez, Sus lágrimas no fueron discretas. Lucas 19:41 nos dice que Él se lamentó de la misma forma que María lo había hecho en la tumba de Lázaro.
¿Acaso lloró porque sabía que ya había comenzado la cuenta regresiva hacia la cruz? No, este pensamiento no era algo nuevo para Jesús. Él sabía que desde antes de la fundación del mundo ya se le había señalado Su muerte. Unos días antes, Él había dicho a Sus discípulos que iba a morir en Jerusalén.
Entonces, ¿por qué lloró? Jesús lloró porque sabía lo que le esperaba a Jerusalén, la ciudad que amaba. Él lloró por un pueblo, al que amaba aún más. Lloró porque sabía cómo ese pueblo buscaba la salvación en todo lugar menos en el lugar donde podrían encontrarla. Lloró al escuchar sus “Hosannas” porque sabía que no comprendían su verdadero significado. La gente clamaba: “Bendito el que viene en el nombre del Señor, Hosanna en las alturas”. Sus palabras resonaron en el Salmo 118:25-26 mientras buscaban libertad política y prosperidad en el Mesías. Esperaban que el reino de Dios se presentara de manera inmediata aun cuando Jesús les había enseñado lo contrario. Lo celebraban como el próximo rey pero lo rechazaban como su Salvador. Tal vez la apasionante realidad de su rechazo y todo lo que esto podría significar para su futuro lo abrumó mientras miraba la ciudad.
En el momento que usted cree que Él lloraría por Sí mismo, Jesús lloraba por las ovejas que había venido a salvar pero que huían de Su rescate.