Jeremías 7:11-12; Marcos 11:17-18; Lucas 19:47; Juan 1:5, 2:14-16, 3:19-21, 8:12

De muchas maneras, la Jerusalén a la cual Jesús entró el día lunes, era muy diferente a la ciudad que conocemos en la actualidad. Sin embargo en algunos aspectos no fue así.

 

De ninguna otra manera podemos entender esto mejor que mediante el choque entre la fe y el comercio en el templo. Los cambistas abusaban de los peregrinos que venían al templo a adorar; los mercaderes vendían animales que ensuciaban el templo profanando el lugar de adoración de Dios.

Jesús demostró Su autoridad como Mesías al expulsarlos del templo, tal como lo había hecho tres años antes. Expulsó a aquellos que utilizaban la adoración como una oportunidad de ganancia financiera, un engaño que el Señor todavía aborrece.

“Está escrito”, les recordaba Jesús, “mi casa será llamada casa de oración en todas las naciones, pero ustedes la han hecho una cueva de ladrones”. La frase, “cueva de ladrones”, viene de la reprimenda que Jeremías les dio a aquellos que abusaron del primer templo de Dios durante la época del profeta. Jeremías se había quedado en el templo y les dijo a los líderes que fueran a Silo para que vieran lo que quedaba del tabernáculo. Esas ruinas presagiaban la destrucción del primer templo. Y Jesús, citando a Jeremías, predijo el mismo resultado para el segundo templo.

Las palabras y las acciones de Jesús en ese lunes causaron molestia entre los líderes judíos. Comenzaron a buscar formas para matarlo. Diariamente Jesús enseñaba en el templo, y la ira que los líderes sentían se iba incrementando. ¿Por qué? Porque la luz revela lo que ocurre en la oscuridad. Con la luz brillante de la verdad, Jesús exponía la hipocresía de esos líderes.

Adaptado del libro, Domingo a Domingo. Copyright © 2021 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.