Salmos 119:11:15-16
En mi corazón he atesorado tu palabra, para no pecar contra ti… meditaré en tus preceptos y consideraré tus caminos. Me deleitaré en tus estatutos y no olvidaré tu palabra. —Salmos 119:11:15-16
CUAN PRECIOSA ES TU PALABRA para nosotros, Padre Nuestro. Entre más años tenemos, más nos damos cuenta de su valor y atesoramos sus verdades. Te agradecemos por tus preceptos, claramente delineados y definidos con propósito en la Escritura para darnos dirección. Gracias también por los principios que con sabiduría se pueden aplicar a este siglo veintiuno, cuando nos damos cuenta que los parámetros del mundo se han vuelto irrelevantes y con ello el futuro se vuelve intimidante y preocupante.
Señor, te agradecemos porque Tu Palabra nos da luz, pues hay una enorme cantidad de oscuridad a nuestro alrededor. Queremos vivir en el lado iluminado de la vida. Queremos disfrutar lo que tienes para nosotros, en lugar de soportar nuestras circunstancias. Queremos ver la belleza de Tus propósitos y ver cómo encajan en el plan divinamente diseñado que has creado. Nos apoyamos en esto, a pesar de que hay momentos que parecen no tener sentido para nosotros.
Gracias, Padre, por la forma en que hablas a nuestras vidas a través de la Escritura. Te pedimos que nos ayudes a darnos cuenta de su importancia y que apreciemos como tu Palabra frecuentemente se enfoca en las necesidades de nuestras vidas. Con palabras claramente establecidas, aprendemos cómo vivir, donde vivimos y cuál es el significado de la vida. Necesitamos desesperadamente esa guía. Por tanto, nos sometemos a Ti y nos comprometemos a leer y estudiar Tu Palabra. Ayúdanos a ser fieles y disciplinados en este compromiso.
Oramos en el nombre de Jesús. Amén.
Véase también Lucas 24:27; Juan 5:39; 2 Timoteo 3:16; 1 Pedro 2:2.
DESCUBRIR UNA SABIDURÍA INVALUABLE
Howard Carter se quedó boquiabierto cuando escuchó la pregunta de su asistente.
Por varios siglos, los arqueólogos, turistas y ladrones de tumbas habían buscado las sepulturas de los faraones egipcios. Se creía que ya todo estaba descubierto. Pero por alguna razón, él estaba convencido de que todavía había una tumba más. Y entonces, finalmente… ¡Eureka!
Howard Carter penetró la silenciosa oscuridad y vio lo que ningún otro hombre moderno había visto. Uno de sus ayudantes que estaba detrás de él, le preguntó: «¿Puedes ver algo?» ¡Qué si podía ver algo! El área estaba llena de animales de madera, estatuas, baúles, carruajes, esculturas de cobras, vasijas, dagas, joyas, un trono y hasta un ataúd hecho a mano en cuya tapa se veía esculpida la imagen de oro de un rey adolescente. Todo el lugar estaba lleno de oro. Ese fue, por supuesto, el descubrimiento arqueológico más emocionante del mundo: la tumba y el tesoro del rey Tutankamón.
No creo que haya muchas emociones tan grandes como el gozo de un súbito descubrimiento. El dolor y el costo de la búsqueda se olvidan instantáneamente. Las inconveniencias, las muchas horas, los muchos sacrificios, todo se disipa ante la alegría de descubrir algo especial. Uno se pierde en el momento al ver un descubrimiento maravilloso al igual que un niño cuando mira una araña.
Salomón escribió acerca del mayor descubrimiento de todos: el tesoro de la Escritura. «Hijo mío, si recibes mis palabras…si la buscas como a plata y la procuras como a tesoros escondidos, entonces entenderás el temor del Señor, y descubrirás el conocimiento de Dios» (Proverbios 2:1, 4-5).
¡Qué gran descubrimiento! En la Escritura se encuentran bóvedas de sabiduría invaluable que no se puede encontrar si uno anda deprisa. La verdad de Dios se encuentra allí, esperando que la descubran. La Palabra de Dios, al igual que una mina profunda, está lista para ceder sus tesoros. ¿Puede usted ver algo?
Adaptado del libro, Responde a Mi Clamor: Aprenda a comunicarse con un Dios que se preocupa por usted (Worthy Latino, 2014). Copyright © 2014 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.